Secundino Llorente

Los botellones: Una vuelta de tuerca más

07/10/2021
 Actualizado a 07/10/2021
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Los españoles somos especialistas en botellones. La costumbre de los jóvenes de reunirse en lugares públicos para consumir alcohol escuchando música y charlando, conocida como ‘botellón’, es un fenómeno típicamente español sin parangón en el resto de Europa. El botellón apenas si se practica en el continente. En la mayoría de los países europeos está permitido el consumo del alcohol en la calle, pero la costumbre del botellón no está extendida entre los jóvenes. Hace cuatro años yo escribía en este mismo espacio de opinión: «Parece que la juventud ha descubierto ‘América’. Con el consumo de alcohol en botellones se creen más hombres (o mujeres) y lo consideran un rito iniciático a los secretos de la vida. Para ser un buen universitario, incluso antes, para ser un buen estudiante de Bachillerato o ESO es necesario haber pasado por alguna borrachera. No es nada nuevo. Hace más de dos mil años Plauto decía que el vino barato corría a cántaros entre los jóvenes durante las fiestas en honor a Baco. Al menos no hacer el ridículo presumiendo de ‘modernidad’».

Quiero destacar cuatro fases en la historia que yo conozco de los botellones. La primera de estas fases sería todo lo anterior a la pandemia en la que el botellón venía a ser una forma de socialización específicamente juvenil que necesitaba seguir toda una serie de pautas como ‘compartir’, allí se comparte todo, el dinero para comprar el alcohol, los cigarrillos, las bebidas, los porros, la conversación o los juegos. Otra pauta es un ‘lugar’ exclusivo para el grupo de botelloneros. Suele ser solamente una pandilla, pero, a veces, se juntan varias hasta llegar a botellones masivos. El sistema de convocatoria, siempre internet, normalmente por Whatsapp. En el siglo XXI y hasta el 13 de marzo de 2020 se habían ido consolidando estos botellones en España y ya se veía que iba va a ser muy difícil dar marcha atrás. Son chicos normales, hijos de la clase media, no conflictivos, normalmente estudiantes de instituto o universidad que viven ‘de mil amores’ en casa de sus padres y que no tienen más problemas que los propios de su condición. Hacen botellones porque el alcohol les sale más barato y con garantía de mejor calidad. Además, en plena calle no tienen que atenerse a ninguna regla de comportamiento y pueden jugar, cantar, pegar saltos o lo que deseen. Hay una segunda fase de pandemia en la que durante más de un año de confinamiento todas las reuniones están prohibidas y, si en algún caso se saltan esa norma, serían la primera noticia del telediario con la seguridad de fuertes sanciones. Al final del estado de alarma, justamente cuando finalizaba el toque de queda, comienza una tercera fase con las noches de botellón en plazas, calles o playas. Miles de personas, sobre todo jóvenes, dejaron de respetar de repente las distancias de seguridad, se olvidaron de las mascarillas antes de tiempo y consumieron ilegalmente alcohol en la vía pública. El fenómeno de los botellones se ha desbordado como alternativa o válvula de escape a consecuencia de las restricciones impuestas por la crisis sanitaria en el ocio nocturno. A todas las autoridades o alcaldes de las grandes ciudades a raíz del levantamiento progresivo y parcial de los toques de queda les ha entrado el pánico y querían reimponer el cierre de sus localidades no como medida sanitaria sino de orden público. Es en esta fase cuando los jóvenes pierden la esperanza por las restricciones de la pandemia, que les ha sumido en un círculo vicioso de desilusión en el que vislumbran que no hay futuro para ellos y tratan de superarlo evadiéndose de su realidad y provocando esta avalancha de botellones descontrolados.

Estamos en una cuarta fase, la más peligrosa y complicada. Percibimos que los botellones han experimentado una ‘vuelta de tuerca más’. En algunos medios de información ya no se llaman botellones y prefieren utilizar eufemismos como «encuentros de jóvenes en la calle con nuevas formas de ocio». El factor diferencial de lo ocurrido en estos últimos meses es el evidente aumento gradual de la violencia, la agresividad y el vandalismo. Los alcaldes temen la organización del botellón todos los fines de semana y no porque se organice, sino por las secuelas que éste deja a su paso por las zonas donde tiene lugar, por las molestias que causan a los vecinos y por los conflictos y peleas que pueden llegar a surgir si se abusa del alcohol. En los últimos ‘macrobotellones’ de Madrid y Barcelona con cerca de 50.000 participantes han saltado todas las alarmas y riesgos de control: quema de vehículos, gran número de detenidos y heridos, varios con arma blanca, y otros graves delitos. Creo que es evidente que ha llegado el momento de actuar. Señores del Gobierno, no pueden seguir escondiendo la cabeza como el avestruz porque esto está llegando a límites inaceptables. Podemos entender el deseo de libertad de los jóvenes, pero no obviando la responsabilidad de respetar la libertad del resto de la sociedad. Es inadmisible el vandalismo puntual que se ha producido en algunas grandes ciudades y la falta de respeto a la autoridad con un órdago a la policía que nos recuerda la kale borroka. Todo se ha ido de las manos y las autoridades deben abordar el tema con urgencia, no podemos seguir dando esa imagen salvaje y desbocada de nuestra juventud. Y que conste que no me estoy refiriendo al aumento de la represión a base de aumentar el número de policías porque los macrobotellones de más 40.000 jóvenes no podrían ser desalojados ni mandando al Ejército. Hablamos de otras medidas más serias, contundentes y profundas: «darles alternativas». Por supuesto lo mejor sería crear empleo juvenil para que puedan independizarse de sus padres sin emigrar para poner sus conocimientos al servicio de otros países que no gastaron ni un euro en su formación. Inviertan bien los soñados y mágicos fondos europeos, señores. Ese es el reto y la mejor fórmula para barrer los botellones.
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