07/07/2022
 Actualizado a 07/07/2022
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En los años noventa del pasado siglo y en los principios del nuevo milenio, los viajes en coche de mi familia estaban siempre amenizados por cedés de música folk. Mis hijos llegaron a odiar, aunque creo que cordialmente, a La Braña y a Nuevo Mester de Juglaría, los grupos que más se oían entonces. La culpa de este entusiasmo mío la tuvieron los Hermanos Maristas, (como veis, algo bueno saqué del manicomio), concretamente el Hermano Julio, que nos enseñaba a cantar, los fines de semana, las canciones tradicionales de León, incluyendo las del Bierzo. Más tarde, escuché las canciones gamberras de Amancio Prada, tipo, «el caballo del señor Vicente sale a la plaza jodiendo a la gente, y mientras más el caballo jodía, más la gente se divertía...» y aumentó mi interés por este tipo de canciones. Las de Amancio eran un paso más en la evolución de la música folclórica de esta provincia; a mejor, por supuesto. Hoy, gracias a Dios, tenemos varios cantantes o grupos de primera línea en el panorama nacional: Nadia Álvarez es un ejemplo evidente, y, por encima de todos, bajo mi punto de vista, tenemos a Rodrigo y a Sergio, a los que podemos calificar, sin temor a equivocarse, como los cantantes folk de la pos-modernidad. Son buenos con cojones, muy buenos. E innovadores y llenos de paciencia para recopilar todas las canciones de nuestros abuelos y darlas un giro impensable para aquellos. De ellos dijeron, no hace muchos días, Kiko Veneno y Ariel Rot, que «nunca hemos escuchado a nadie tratar este tipo de música con tanto amor y maestría». Es evidente que ambos merecen este alago y otros parecidos. Está bien reconocer lo que tenemos de bueno en estas tierras y pregonarlo a los cuatro vientos. Como digo, no siempre hay que poner el énfasis en las malas noticias, en las noticias desagradables y zafias; también hay que reconocer y fomentar las positivas, que haberlas, ‘hailas’.

El pasado jueves, a cuenta de una fiesta hecha para celebrar el ‘cabo de año’ de la jubilación de un amigo, y gracias a Julio el de Santibáñez, tuvimos la suerte de escucharlos en un concierto privado, entre amigos, y yo, al menos, quedé acojonado, pero acojonado de verdad al escucharlos. Oír como cantaron «como quieres que vaya de noche a verte, si la perra de tú madre sale a morderme a mí», con una música y un ritmo distinto al que uno conoció toda la vida, casi me hizo llorar. La letra, por supuesto, era la misma, pero la música me llevó a otra dimensión, a otro estadio mucho más hermoso y limpio. Esas cosas sólo las consiguen los genios, los tocados por la mano de Dios o por la del Destino, y ellos lo son. Yo creo que también ayudó la cerveza que bebimos, (ellos también, por supuesto), y que nos enseñó que existe un mundo ahí fuera en el que todo no es Mahou. Durante toda su actuación, uno creyó ver o imaginar a los antiguos bardos, esos que recorrían los caminos para alegrar la vida de una gente que tenía bastante con lograr sobrevivir. Pensé, o creí ver durante un instante, que eran Asurancetúrix y un compañero que nos amenizaban la cena, pero sin el riesgo de ser atados a la rama mayor del mayor roble de la aldea y amordazados para que no pudiesen cantar. Siempre me cayó de puta madre el bardo galo, mucho mejor que el pescadero y el herrero que, inevitablemente y en todas las aventuras, eran los que le silenciaban. Esos dos, y el jefe Abraracúrcix, representaban en la historieta la censura, la terrible censura que nos acompaña desde que unos cientos de hombres decidieron vivir juntos en una comunidad. Hay, por supuesto, que respetar a los que escriben, pintan, esculpen o cantan, porque nos hacen mucha falta. Lograr, aunque sea por un breve espacio de tiempo, casi insignificante, que nos liberemos de los problemas con los que tenemos que convivir toda nuestra existencia, desde que nacemos hasta que morimos.

Ellos nos hacen mejores personas, más libres, más humanos.

Como muestra del poder de la música, uno no puede dejar de acordarse de José Afonso y su ya legendaria canción, ‘Grâdola, vila morena’, con la que nuestros hermanos portugueses se liberaron de una dictadura mucho menos dictadura que la nuestra y sin disparar un solo tiro: la Revolución de los Claveles. O del pobre Víctor Jara, el chileno que mostró al pueblo de aquel país que se podía resistir un golpe de estado criminal, que acabó con su vida, cantando ‘Te recuerdo, Amanda’ o las divertidísimas ‘Canto por travesuras’, himnos que aún hoy se escuchan.

No quiero pensar a donde pueden llegar nuestros bardos, Rodrigo y Sergio, con un poco de ayuda y un tanto más de suerte... Espero que muy lejos, hasta lograr que su voz y su música sea conocida en todo este maremágnum de pueblos y culturas que se llama España.

Salud y anarquía.
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