Los ascensores: para llegar más cerca del cielo

Otro de esos inventos mágicos al que nuestros antepasados tuvieron miedo en principio y que se convirtió en un elemento fundamental para que los grandes edificios de la ciudad fueran cada vez más altos

Toño Morala
25/05/2020
 Actualizado a 25/05/2020
Casa Goyo, en la plaza de Santo Domingo; fue el primero en tener ascensor. | MAURICIO PEÑA
Casa Goyo, en la plaza de Santo Domingo; fue el primero en tener ascensor. | MAURICIO PEÑA
Algunos tenemos tanta suerte, que siempre hemos estado rodeados de buenos amigos, y amigos de los de verdad… pues entre ellos se encontraba Julio, practicante en Navia, allá en la Asturias occidental; era tan buena persona, que recorría los pueblos y aldeas del interior, y según el penitente, o no les cobraba nada, y encima les llevaba cosas, y a otros con más posibles, pues les cobraba… y punto. Hizo de todo, le querían más a él que al médico; y fue en uno de esos viajes donde me llevaba a conocer nuevas tierras, donde me iba contando la vida de las buenas gentes, y de las malas y de los caciques. Allí, a casi todos se les nombra por la casa que habitaron sus antepasados. Y entre cientos de cosas, me contaba, que había muchas personas mayores por los años sesenta que nunca habían visto el mar, y en línea recta, apenas hay cincuenta kilómetros. Pasaron la vida en la aldea, e iban a la cabecera de comarca, Boal, por ejemplo… y eso sí, la gente era atendida y se moría en las casas; ir al hospital daba como mal de ojo… En conclusión, que un buen montón de gente mayor, falleció sin ver el mar. Y ahora me dirán, y a cuento de qué viene esto. Pues viene, más o menos, a lo mismo; la cantidad de gente mayor de nuestros pueblos, por los años sesenta, y algo más para acá, que jamás se subieron a un ascensor, o, como mucho, en alguna ocasión esporádica para ir al notario, o a la consulta de un prestigioso especialista. Mi mujer que anda por aquí husmeando, me dice que no habría tantos; la sonrío, y le suelto: - Más de los que tú crees y creen algunos lectores. Uno no recuerda cuándo subió por primera vez a un ascensor, pero les aseguro que no fue en la adolescencia, creo; sería cuando ayudaba a mi padre los sábados a repartir de todo lo que se puedan imaginar, y también había que subir a pisos, sobre todo por navidad. En la gran ciudad, a las clases más adineradas, les regalaban grandes cestas de navidad con todo lo que se puedan imaginar, y otros, tiraban con una naranja y vas que chutas. Pues en esos enredos, los porteros, todavía uniformados del centro, te daban el alto, y te metían por otro sitio; era el ascensor-montacargas, que llegabas al piso, y te abrían la puerta de servicio… si estaba la Señora, una propina, si estaba la asistenta con cofia, un gracias y “hasta luego Lucas”. A cerrar las dos puertas del montacargas y para abajo.

La de anécdotas que se pueden contar sobre este gran invento… En una ocasión, y no hace tanto tiempo, una chica joven entró en el ascensor, con tan mala suerte que las puertas se cerraron y le pillo parte del vestido; no pasó nada, cuando paró, recogió tranquilamente el vestido y seguimos para arriba. Y lo de quedarse parado entre dos pisos por avería o falta de luz… menudos nervios y casi la histeria colectiva tirándose de los pelos; pero casi siempre hay un hombre o mujer tranquilos, que salvan la situación, piden calma, sosiego, ya nos sacarán, tranquilidad… y los minutos parecen siglos, y si el ascensor está lleno, empiezan los sudores y los olores a miedo más que a otra cosa. Al final la cosa se calma, y hasta alguna broma de algún pesado pone una nota de medio humor, al que casi nadie ríe… pero llega el portero o el mecánico, abre una puerta, y se respira con un alivio; así y todo hay que esperar, pues se puede poner en funcionamiento y armar una muy gorda, salvo que corten el diferencial del ascensor y a salir pitando; luego queda como una anécdota que se cuenta riéndose a los compañeros y amigos, pero cuando estaban adentro, la cosa no era así. Son inventos muy seguros y sofisticados, pero hubo más de un accidente que acabó en tragedia; pero hace ya años que son fiables casi al cien por cien. Y cómo derivan las cosas; el ascensor es el gran culpable de hacer aquellos grandes rascacielos, que hicieron que muchas ciudades crecieran más a lo alto que a lo ancho, y edificios que albergaban a más ciudadanos que grandes pueblos, pero todo tiene su paso a paso; no fue tan fácil la evolución de este gran invento. La rutina nos hace montar en el ascensor sin pensar ni quién lo inventó y cómo fue su trascendencia a lo largo de los años. Nuestras mentes están tan ocupadas, que no tienen hueco para pensar en estos inventos, simplemente se usan, y ya está.

Y vamos a hacer un pequeño apunte, un resumen por alto de lo que cuenta la historia sobre el ascensor; aquí sí se han puesto de acuerdo algunos expertos consultados. Parece ser que lo más parecido a un ascensor se realizó en el siglo III a.C. Estos primitivos, eran accionados por tracción animal o mediante norias de agua. Dichas referencias, que aparecen en las obras del arquitecto romano Vitruvio, indican que sería Arquímedes la persona que había diseñado y construido el primer elevador de la historia. Desde entonces y a lo largo del paso del tiempo, han ido apareciendo diversas referencias de artilugios de elevación para la carga de peso y para el transporte vertical en edificios palaciegos. Pero fue en 1853 cuando Otis inventaba el ascensor moderno; en 1857 Otis fabrica e instala su primer ascensor de pasajeros. En 1880 el inventor alemán Werner von Siemens introduce el motor eléctrico en la construcción de elevadores. Pero no fue hasta 1903, cuando Elisha Graves Otis perfecciona el desarrollo del alemán y construye un ascensor eléctrico sin engranajes. El aparato alcanza ya una gran velocidad y altura. Esto dio un impulso definitivo a la era de los rascacielos. Y aquí, en1925 se inventa el primer sistema de control con memoria, lo que permitió prescindir de los clásicos ascensoristas. Luego llegaron un buen montón de inventos ligados al ascensor, como ejemplo, el sistema protector de pasajeros y puertas en los ascensores. Y un arrogante Otis, a mi entender, hizo una demostración…: -“Estoy bien, caballeros, estoy bien”. La concurrencia que abarrotaba el Palacio de Cristal de Nueva York, donde se celebraba la Exposición Universal de 1854, respiró aliviada. El osado hombre que segundos antes contemplaba desde lo alto a los visitantes, subido a un arcaico elevador de madera, repleto de cajas y barriles, había llegado al suelo sin un rasguño. En lugar de chocar violentamente contra el pavimiento, como hubiera ocurrido con otros aparatos de la época, el artilugio inventado por Otis fue descendiendo lentamente desde una altura equivalente a cuatro pisos. Había nacido el ascensor. Y chistera en mano, Elisha Graves Otis, el hijo de unos granjeros de Halifax (Vermont, EEUU), saludaba a los asombrados espectadores como si acabara de hacer magia. - “Todos seguros, caballeros”, anunció quitándose el sombrero”.

Y aquí en nuestro país, no fue hasta 1877, en diciembre, en la calle de Alcalá de Madrid donde se comenzó a escribir la historia del ascensor de la mano de Otis. Y en nuestro querido León, la “Casa Goyo”, fue el primer edificio en tener ascensor en la capital, edificio que acabó su construcción en 1925, hay que hacer un paréntesis -desde el primer ascensor en Madrid, al primero de León, pasaron la friolera de 40 años-; fue tal la expectación, que muchos curiosos iban al edificio a ver semejante invento, el ascensor. Otro emblemático edifico en tener ascensor por aquellos años, fue La Casa de Don Valentín (1929). Fue inicialmente concebida como un hotel aprovechando la cercanía de la estación de tren y con el tiempo se convirtió en un edificio de viviendas. Bien proporcionada, modulada y siguiendo los cánones del estilo afrancesado de otros hoteles de la época. Pero ahora aconsejan los médicos, por falta de ejercicio, se suba a los pisos por las escaleras, bien… de momento se bajan, y luego, poco a poco, se suben en días alternos.
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