03/06/2020
 Actualizado a 03/06/2020
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El próximo martes, 9 de junio, se conmemora el Día Internacional de los Archivos. Así se viene haciendo desde 2008, con el ánimo de poner de relieve su importancia, coincidiendo con la fecha de creación del Consejo Internacional de Archivos en 1948. Mucho me temo que este año, tal y como está la situación, dicha conmemoración pase más bien desapercibida; pero no quiere eso decir que, al menos, no la tengamos presente.

No sé qué idea tendrás tú sobre lo que es un archivo y para qué sirve; pero ya te digo yo que hay quien piensa que es un lugar con un montón de papeles viejos –muy viejos– que escudriñan sin descanso los ‘estudiosos’ para ver si descubren ‘algo’ nuevo… Y, hombre… en parte no andan desencaminados; pero, dicho así…

Para entendernos, podemos decir que un archivo es un conjunto organizado de documentos, independientemente de su soporte, fecha…; y también el lugar donde se encuentran y la institución responsable. Y, básicamente, los archivos se encargan de recoger esos documentos, custodiarlos y servirlos, esto es, ponerlos a disposición de quien los necesite, sea el organismo que lo produjo, un investigador… o una persona cualquiera.

Y es que cada documento se genera con una finalidad concreta que, con el tiempo, deja de tener, a la vez que adquiere valor histórico. Vamos, que –pongamos por caso– un testamento del siglo XVII o un libro de bautismos del XIX tenían entonces un determinado propósito, pero hoy resultan de interés por motivos muy distintos…

Es más, los documentos no están siempre en el mismo archivo sino que, en función de su edad –y de su utilidad–, se van transfiriendo desde el de la oficina en que se producen hasta llegar, de no ser destruidos antes, a uno denominado histórico –probablemente el que tengamos en mente al referirnos a un archivo–,que será su destino definitivo.

Los archivos –y los archiveros, claro–, pues, resultan fundamentales para poder reconstruir nuestra historia. Con todo lo que eso significa.
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