Los años perdidos

20/11/2020
 Actualizado a 20/11/2020
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Hace unos días que cambié de década, uno de esos momentos trascendentalmente existencialistas en los que supongo que toca hacer balance y también pensar en el futuro. Una tarea no siempre sencilla de evaluar, pero que una vez cada 10 años no hace daño a riesgo de ser duro de aceptar.

Como de lo que viene es casi mejor no hablar, a la hora de mirar atrás me doy por más que satisfecho con lo que me ha tocado vivir en una de esas etapas que seguramente te marcan durante toda tu vida. La universidad, buscarte la vida para poder salir, viajar, disfrutar de unos años que, una vez superados, efectivamente compruebas que no volverán ahogados por las obligaciones.

Es por eso que, sin entender muchos comportamientos incomprensibles, tengo que empatizar en cierta forma con una generación de chavales a los que la pandemia les ha robado, por el momento, casi un año de las vidas que el resto sí tuvimos. Quién sabe si se han podido quedar sin el verano en que conocieron a esa persona que creyeron que sería para toda la vida y sin el invierno en el que se dieron cuenta de que no. Sin las anécdotas de ese festival al que viajaron con sus amigos, sin ver el partido que les enganchó definitivamente al equipo de su tierra o sin currar aquel verano en ese bar que le abrió una ventana para mirar a la vida adulta. «Ya lo viviréis», les dicen. Pues sí, ojalá. Pero también puede que no.

Estos días aparecen en Madrid campañas de concienciación que a mí me parece que están más cerca de la criminalización. Porque pedir responsabilidad en estos tiempos que corren está claro que es fundamental, pero hacerlo desde la empatía no solo es mejor, sino que seguramente tenga una mejor respuesta. Ojalá que todo acabe pronto y en un futuro no tengamos que hablar, para nadie, de aquellos años perdidos.
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