26/04/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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No, no me refiero a los Principales. Estoy hablando de los tacos que me acaban de caer encima. La fecha de nacimiento del DNI no perdona, ni siquiera a Ana Obregón, y resulta que ya he gastado cuatro décadas de existencia que han pasado en un abrir y cerrar de ojos. «Reloj, no marques las horas», que diría Lucho Gatica.

Qué lejos quedan aquellos tiempos de infancia despreocupada y energía desbordante. Nada malo podía ocurrir y el futuro era un brillante sol en el horizonte. Cualquier contratiempo tenía solución y cualquier lloro tenía consuelo. Padre y madre, superhéroes de la protección que ríete tú de Superman y Superwoman. La vida como un juego de niños plagado de infinitas diversiones y muy escasas responsabilidades.

Con la adolescencia el asunto empieza a complicarse. Rebeldía inevitable, hormonas revolucionadas y una legión de pájaros en la cabeza que harían temblar a la mismísima Tippi Hedren. La protección familiar comienza a difuminarse y los sinsabores, ahora sí, ya dejan cicatrices. Lo cantan Los Enemigos en ‘La cuenta atrás’: «Hola chaval, prepárate para dejar de jugar. Ahora la carrera es de verdad, habrá que limpiar los colores que hay en tu cristal. ¿Lo ves claro ya? Bienvenido, hijo, a la realidad». Aún así, los sueños de grandeza se imponen. Nos creemos inmunes, invencibles e inmortales.

En la etapa universitaria empezamos a intuir que quizá algunos de nuestros anhelos no se cumplirán. Una vocecita casi inaudible aprovecha los momentos de soledad para recordarnos que lo de ser un futbolista de relumbrón ya no va a poder ser. Y lo de estrella del rock, tampoco. Decía Tyler Durden (Brad Pitt) en ‘El club de la lucha’: «Crecimos con la televisión, que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados». La frustración, aún así, sigue sin tener cabida cuando uno tiene ‘veintitantos’. Las excursiones nocturnas ayudan, también es verdad.

Y de repente, uno empieza a trabajar (si le dejan) y los años corren que se las pelan. En mi caso, dejando además un rastro ruinoso. El pelo traidor hace tiempo que me abandonó, una incipiente barriga me hace curva en la camiseta y sufro más achaques que lesiones tenía Prosinecki. La palabra ‘estabilidad’ no tengo ni idea de lo que significa y mi único sueño es llegar a fin de mes. Apretando los dientes y con callo en el corazón. Y yo que pensaba que la crisis de los 40 era un invento…
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