23/03/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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El hallazgo de los huesos de Cervantes en el convento de las Trinitarias de Madrid se ha convertido en uno de los grandes temas culturales del momento, mucho más que la lectura del Quijote propiamente dicho. La pasión ósea, o sea, se ha desatado de tal manera en los medios informativos que uno ve ya en todo esto un gran impulso a la industria cultural, a la manera de William Shakespeare. Poco a ciencia cierta se sabe del bardo inglés, pero eso no es ningún obstáculo para que todo el mundo visite su casa en Stratford, o la hermosísima reconstrucción del teatro The Globe, en las riberas del Támesis. Y eso, ya digo, con muy pocos datos sobre su vida y sobre su muerte. Cervantes va a poder competir con el inglés, porque, literariamente, Cervantes tampoco es manco. Si se confirman como cervantinos de pura cepa esos huesos revueltos, vamos a contemplar un fuerte impulso a la figura de este príncipe de los ingenios en los próximos años. No son pocos los que ven aquí un apoyo imprescindible a eso que se ha dado en llamar Marca España, que, obviamente, no puede depender todos los días de los éxitos deportivos. Unos huesos pueden hacer por el turismo cultural mucho más que una obra, porque aquí nos gusta tocar y ver, adoramos mucho la reliquia. Ya contemplo procesiones ante los restos del genio, sin contar tazas y camisetas que, ay, Cervantes no podrá firmar como Cristiano, ‘merchandising’ que nos colocará a la altura de esa industria cultural shakespeareana que tanto envidiamos. Es posible, en efecto, que Cervantes no haya estado bien aprovechado. Ni Lope de Vega. Ni Teresa de Jesús, ya que estamos en su aniversario. El 400 de Cervantes también llega, simultáneo, más o menos, al del propio Shakespeare. Gil-Delgado ha escrito una novela en la que fabula sobre el encuentro de los dos literatos en… Valladolid. Hay un relato de Anthony Burgess que describe la misma historia. Imposible, claro, porque nunca se conocieron. Pero, ¿leyó el bardo de Stratford la primera parte del Quijote, maravillosamente traducida por Thomas Shelton en 1612? Parece que pudo ocurrir, porque sabemos que escribió una historia sobre Cardenio, aunque la obra se perdió en el incendio de The Globe. Lamentablemente, todas esas coincidencias entre Shakespeare y Cervantes no se sostienen demasiado. Pero ahí estamos: todos loquitos por sus huesos. De pronto Cervantes se ha colado en el siglo XXI con una fuerza descomunal, desde esa mezcolanza ósea del convento madrileño. Bienvenido, maestro, al siglo del desdén por la cultura, que decía Herralde.
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