07/11/2021
 Actualizado a 07/11/2021
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Cuando coincides ante el ascensor con tu vecina y surge el ya tópico debate sobre bajar juntas o separadas porque aún quedan secuelas del miedo a compartir espacios cerrados. Tras ajustar mascarillas y asegurar estar vacunadas, se decide compartir el descenso, con más reparos que si se hiciera en parapente. Rellena cinco pisos contando que hoy lleva andando a la niña porque miedo le da aparcar ante el colegio con lo que vio ayer en la tele, aunque también le da miedo que sea otra madre con nervios y prisas, la que atropelle a su hija. Y después se acercará al centro que, desde que cerraron el banco del barrio, le da miedo quedarse sin dinero en casa y lo bueno, que ahorrará en gasolina porque asusta el precio que tiene…Ya por el primer piso, la educación te juega una mala pasada y preguntas por su marido. Pues resulta que anda malo y miedo le da que no sea nada bueno, andan de médicos y están pensando en hacerse un seguro privado porque con las listas de espera, le da miedo lo que pueda pasar... Y se alejó rumbo al día con la niña de la mano, dejando siete miedos flotando en el ascensor. Todos reales. Todos justificados y posiblemente compartidos por cada nombre de los buzones.

Hablando de buzones y miedo, miras de reojo esa trampilla que uno ya no sabe si olvida abrir o finge olvidarse, retrasando el encuentro con esa carta que coges como si fuese una granada de mano y la guardas para abrirla estando sentada. Y ya en la calle, empieza el apartado de culpas, no menos importante ni menos pesado que el de miedos. Culpable de no haber sustituido aún el coche por un patinete. Que nadie piense que el despliegue de aviones cargados de corbatas, destino Glasgow para un rato de charla, atentaron contra el planeta. No, no. Ellos lo salvaron mientras Sor Citroën lo aniquilaba yendo desde Trobajo ‘hasta’ Ordoño (hasta, no por) que en este caso es importante el buen uso de las preposiciones, no vayan a encender cámaras en busca del coche infractor que ha contaminado el planeta Disney Ordoño. Culpable de haber ido a 40 en un carril 20 de la calle Astorga, por el que una vez… casi pasa la bici de un jubilado de Renfe, pero luego le entró la galbana. Culpable de pedir la fruta en esa bolsa de plástico tan contaminante, que deja de serlo por el módico precio de veinte céntimos.

Y aprovechando el semáforo abres la maldita carta, de la que sólo entiendes los 86 euros marcados en negrita y te vienen a la cabeza esas sábanas que bien podían aguantar unos días… la culpabilidad aumenta ante los gráficos, franjas horarias, quesitos y picos que suben y bajan, en los que ya ves un planeta comatoso que te has cargado tú sola con aquel centrifugado de sábanas a las once de la mañana de un martes. Insensata… Poco parecen esos ochenta y seis euros ante semejante tropelía. Ya sólo deseas que nadie te viera tenderlas a plena luz del día, haces propósito de enmienda y prometes educar al sueño y poner el despertador (de pilas) a las tres de la mañana.Así mientras tiendes, saludas a la vecina, a ver cómo van sus miedos y los análisis del marido. Estas cavilaciones te pillan ya ‘ante’ Ordoño y sus luces navideñas, ésas que pagaremos nosotros, sin remordimientos ni franjas horarias, ni atentar al planeta, ni nada… y seremos Culpables de ello.

Sólo unos minutos de charla con una mujer, antes vitalista y alegre, y un trayecto de diez minutos en coche sirven para ver la degradación que han sufrido nuestras vidas en un tiempo récord, instalados en el temor permanente y con tantas pautas recién estrenadas que deben tratarse desde el humor para poder digerirlas. Entristece ver que esta generación, herederos de un bienestar conseguido por nuestros mayores, sin más miedos pasados que el lobo feroz, la Vieja el Monte y el confesionario, haya degenerado en una sociedad tan desazonada, tan reprimida, controlada y resignada ante esos lobos que no llegan del monte, los lobbies. Esos monstruos sin cara, fabricantes de miedos, agazapados en las zonas más oscuras del mundo, desde donde ganan la batalla.

Una historia venida tan de lejos y tan repetida que aquella viñeta de El Roto, de hace un par de décadas, en la que un tipo con pinta de magnate dice «Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados», bien pudo hacerla nuestro Lolo ayer mismo. Es de primero de Lobby que el miedo colectivo es el mejor aliado del poder para someter a una población insegura, en este caso, con una pandemia cómplice, coartada perfecta para inyectar dosis de miedo extra y empeorar nuestras vidas recortando servicios públicos. Y nosotros, bordando nuestro papel de modorros, bajamos un escalón tras otro sin notar la caída, aceptando que se restrinjan derechos, sin protesta siquiera.

Habrá que tener en cuenta que en el ranking de futuras dosis de miedo gana por goleada un apagón apocalíptico, para evitar coincidir con la vecina, que las escaleras de cinco pisos dan para mucha oscuridad y demasiados miedos…
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