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Lo que puedes hacer

15/11/2020
 Actualizado a 15/11/2020
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En los momentos más difíciles siempre hay alguien que saca lo mejor de sí mismo, o se presta a echar desinteresadamente una mano a los demás. Incluso en las situaciones más horrorosas, como una guerra, hay quien se niega a perder aquello que lo dignifica: así nos lo ilustró Vasili Grossman en su inmortal ‘Vida y Destino’, cuando narra la anécdota de una anciana rusa que, pese a haber sido testigo de la muerte de los suyos a manos de los nazis, le acerca una taza de leche tibia a un alemán moribundo. Un impulso de bondad. Otras veces, no es una cuestión de misericordia o de lástima, si no de no perder los estribos. O de acordarnos de que somos capaces de sacar a la luz una versión mejor de lo que somos. Hace unos días, siendo atendido por un traumatólogo de La Condesa, rumiaba mi mala suerte mientras escuchaba decir al médico que solo me podía atender de uno de mis síntomas, que tenía instrucciones de revisar procesos, no enfermos. ¡Procesos! Oyéndole hablar, me imaginé convertido en un tubo de ensayo, o quizá en un triste personaje de una novela de Kafka. Me mandó tumbarme en una camilla y entonces, como si le hubiese espoleado el recuerdo de su antigua vocación (cuántas cabezas de galenos no aporrearía Hipócrates si levantase la suya), decidió que no tendría que pedir una segunda cita. Me examinó a conciencia y prescribió las pruebas suficientes.

Ahora mismo, en medio de esta ruina, de esta zozobra, solo nos queda la contribución civil y solidaria de cada uno. De nuestros gestores, y de las autoridades en general, mejor olvidarnos, enfrascados como están en sus puyas cainitas, a punto de aprobar unos presupuestos que, básicamente, consisten en gastar un dinero que no tenemos. De algunas personas que trabajan en la Administración tampoco cabe esperar gran cosa, suplicar si acaso que no te traten con malos humos. Hay muy pocos lugares donde la amargura no sea la moneda de cambio y por eso, si consigues encontrarte con alguien que te dedica su esfuerzo o su sonrisa, debes valorarlo como ese vaso de leche tibia que le ofrecen a un soldado en una trinchera. Hace unos días, en un gesto de generosidad poco común, el Ampa del Colegio Quevedo adquirió un montón de purificadores de aire para las aulas del centro, y lo hizo a costa de sus propios fondos: no sé ustedes, pero con padres así yo navegaría al fin del mundo.
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