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Lo que nunca escribí

23/11/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Yo este otoño ya me muero, ahora con la caída de la hoja… Se acabó». Y así todos los otoños desde aquel año en el que cumplió los 80. No confiaba demasiado en su salud, que puertas para afuera era de hierro, aunque los demás sabíamos de su hebra. No lo hacía a pesar de que su vitalidad era envidiable para cualquier mozo de 20, como si anunciar la muerte la dejase más tranquila pensando que tras la llegada de esta podría volver solo para decirnos aquello de: «No digáis que no os avisé». Y es que ella era de las de «genio y figura hasta la sepultura» y así lo demostró.

Los años no pasaban en balde y conforme cumplía, el oído se desafinaba y las manos iban perdiendo agilidad. Ella, que tanto había bordado, que tanto había cuidado a su familia, que tanto había ayudado a sus vecinos. Ganaba razones físicas para argumentar su mensaje de la caída de la hoja cada otoño, y a ello Luci siempre le respondía aquello de que ella también se iba a morir. «Aquí no queda nadie», decía esta para zanjar la monserga. Entonces se resignaba y arrancaba con la retahíla de los recuerdos. Que tenía una gemela, que debido al parto múltiple su madre no tenía leche suficiente y que por eso se la llevaron al Páramo para amamantarla, que a su vuelta se crió con unas tías, que quiso tanto a Antonio que recordaba hasta cómo le agarraba del brazo, que su genio y su figura los moldeó la vida que le tocó en suerte, aunque no fue precisamente esta un camino de rosas. Dejó tantas lecciones como recuerdos en los baúles, ella que tan meticulosamente guardaba todo y que con tanto detalle contaba las historias de cada una de las cosas que allí dejó almacenadas.

Una vez yo empecé a escribir en estas páginas y con ella pasando los 95, la copla anual pasó a ser otra y ya no era en otoño cuando se entonaba, sino que era en mayo, el mes de su cumpleaños. «Venga que cuando cumplas los 100 te saco en el periódico y preparamos una fiesta por todo lo alto», decía yo mientras ella orgullosa sonreía. «Uy, Teresina» era lo máximo que respondía mientras me apretaba con cariño el brazo. Pero yo ya sabía lo que iba a escribir para entonces, lo que iba a contar, cómo iba a ser la fiesta que íbamos a celebrar… Solo tenía que llegar aquella fecha, el 21 de mayo de 2018. Pero ella, que se llamaba Socorro y que fue mi vecina de toda la vida, me enseñó que los planes a largo plazo puede que no lleguen nunca, que hay que vivir cada otoño como si fuese el último, que era aquello lo que me quería decir con la caída de la hoja. Murió en diciembre de 2016 a los 98, ahora ya es tarde y aquella página quedó sin escribir.
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