22/08/2020
 Actualizado a 22/08/2020
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Los seres humanos tenemos mucho de Tomás de Aquino, solo creemos en lo que vemos y tocamos. Lo intangible, lo invisible, no existe y si lo hiciera, es cuestionable. Los medios de comunicación nos informan de un virus al que apenas ponemos cara más allá de una bolita llena de antenas que nos recuerda a algún ser microscópico de interfaz pelín extraterrestre. No hemos visto apenas hospitales ni enfermos tras las cámaras, ni ataúdes ni cenizas ni llantos. Se nos ha evitado el dolor, la conmoción, el shock emocional por sobredosis de angustia. Se nos ha tratado como a niños. Ojos que no ven, corazón que no siente. Y así se nos impusieron confinamientos, alarmas y normas que a algunos se les antojan un recorte innecesario de libertades, un atentado injustificado en contra de nuestros derechos. Y ese es el modo en el que se conducen los nuevos iluminados en muchos países, no pensemos que aquí en España somos los únicos que sabemos criticar al gobierno y contar con un conspiranoide Miguel Bosé & Company. En muchos países esta corriente negacionista está arrastrando adeptos y se vuelve un peligro inminente, como siempre lo han sido la ignorancia y el egoísmo.

Las mascarillas nos agobian, también las restricciones. No dudo del sufrimiento de muchos en este hábitat ‘civilizado’, pero este mimado Occidente nunca piensa que hay otro mundo en el que se vive mucho peor: niños sin hogar, trata de esclavos, matrimonios infantiles, hambre, pobreza extrema, guerras, torturas. Eso sí es el infierno. Nuestro modo de vida sufrirá una temporada, hasta que tengamos la vacuna que nos permita retomar la antigua realidad, pero tenemos un techo, comida, sanidad, educación. Cada país lucha en esta pandemia con más o menos aciertos dependiendo del gobierno que le haya tocado en suerte, pero el virus existe, nos rodea. Sería de sabios adaptarse a convivir con él y no fabular contra una realidad tal vez mal contada.
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