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Lo que Almudena Grandes nos deja

29/11/2021
 Actualizado a 29/11/2021
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Conocí a Almudena Grandes menos de lo que me hubiera gustado, salvo, por supuesto, a través de su literatura. Después de todo, esa es la mejor forma de conocer a un escritor. La recuerdo, claro, de alguna entrevista que tuve la oportunidad (y la suerte) de hacerle, y sobre todo recuerdo que hablar con ella tenía mucho de prolongación de la última novela suya que uno acababa de leer. Almudena estaba permanentemente en conexión con lo que escribía. Cualquier pregunta se convertía en una respuesta generosa, que amplificaba lo leído, que explicaba varias cosas a la vez, que comunicaba un libro con otro, y no sólo los suyos, sino otros muchos que había utilizado para documentarse, o que, simplemente, formaban parte de su bagaje intelectual.

Escribía con un impulso moral, era una escritora a la búsqueda de la dignidad y de la memoria. Pero también era una extraordinaria creadora de historias, que es, seguramente, el primer mandamiento de un escritor. Hablando con ella sentías que cuanto había escrito nacía de la documentación minuciosa, casi obsesiva, pero también del entusiasmo. De una intensidad que no terminaba con el libro publicado.

No concebía límites a su mirada científica, porque la Historia, finalmente, estaba ahí, era el océano en el que había que sumergirse una y otra vez y fotografiar sus pecios, y rescatar sus ánforas. Sus novelas sacaron a flote, sin renunciar a los aparejos de la ficción, los restos herrumbrosos de no pocos naufragios de nuestro pasado más reciente como país. Y pusieron sobre la mesa el delicado tejido de algunas vidas personales, fragmentos de existencias olvidadas y voces enmudecidas. Almudena Grandes surcó el lecho de la Historia, descendió hasta las capas profundas del pasado.

Su muerte, aunque sabíamos que estaba enferma (ella mismo lo contó en alguna de sus últimas columnas, con el propósito firme de no rendirse), ha sacudido con fuerza los cimientos del fin de semana más frio de noviembre. No sólo la enfermedad se la ha llevado con sólo 61 años, lo cual es en sí mismo algo difícil de asumir, sino que su desaparición nos priva a buen seguro de un buen puñado de novelas, aunque su obra fuera ya, a estas alturas, una de las más sólidas de las últimas décadas de la literatura española.

En 2017 hablé con ella de ‘Los pacientes del Doctor García’ (Tusquets, su editorial por excelencia). Debería haberlo hecho de nuevo el año pasado, cuando la quinta obra de la serie ‘Episodios de una guerra interminable’ vio la luz: ‘La madre de Frankenstein’. No pude hacerlo por un asunto personal (y ahora lo lamento), pero recuerdo muy bien cuánto me impactó la recreación histórica de un personaje como Aurora Rodríguez Carballeira, ingresada en el manicomio (como se le llamaba entonces) de Ciempozuelos, que en los años treinta había acabado con la vida de su hija, Hildegart, al parecer por sentir que había fracasado en su intento de hacer de ella ‘una mujer ideal’. Este viaje dramático que Grandes acomete incluye un estudio de la psiquiatría de entonces, y, sobre todo, una explicación de cómo la gran dureza de la vida llegaba al ámbito íntimo, al territorio de lo doméstico.

Almudena Grandes seguía mostrando así, a través de vidas singulares, los tiempos más oscuros de nuestro particular siglo XX. Se trataba de novelar, con toda la carga de realismo y con la documentación posible, algunos fragmentos del pasado que explicaban, en realidad, cosas más grandes.

Por supuesto, los ‘Episodios de una guerra interminable’ constituyen una aportación literaria fundamental en la obra de Almudena Grandes. En ella estuvo siempre presente la influencia de Galdós, «creo que es el escritor que más me ha influido», me dijo entonces. «El modelo que Galdós inventó hace siglo y medio sigue siendo transitable», contaba, «así que siempre pensé que era bueno tomarlo como referencia imprescindible para hacer lo que quería hacer».

Estas novelas ofrecen sin duda una mirada galdosiana a nuestra Historia, persiguen prácticamente el mismo objetivo. Tienen connotaciones parecidas. «Pero entre Galdós y yo hay que colocar a Max Aub, al que también admiro mucho», me dijo en 2017, refiriéndose a ‘El laberinto mágico’. «Creo que no nos acordamos lo suficiente de Max Aub, no sé, tal vez por el exilio. Nos olvidamos mucho aquí, lo hacemos con facilidad», me decía, enamorada como estaba de la literatura producida por muchos de esos exiliados. «Creo que deberíamos saber que es una suerte que Buñuel sea un cineasta español, y Cernuda un poeta español, y Max Aub un escritor español, porque no renunciaron a serlo, cuando en el siglo XX hay muchísimos exilios bastante más cortos que terminaron con la naturalización radical de los exiliados», subrayaba.

Su visión galdosiana de la terrible historia del siglo XX, o de los peores momentos de nuestra historia, que no fueron pocos, alcanzó gran éxito. Almudena Grandes se quejaba de no haber podido asistir a la Feria del Libro de Madrid a causa de la enfermedad. Porque en la distancia de los lectores encontraba fragmentos de verdad, confidencias incluso: «Me cuentan muchas cosas, aprendo de todo», me decía con alborozo. Su voz rasgada y profunda se abría camino en la conversación, las frases pedían paso a borbotones: era generosa en ejemplos, en anécdotas, en referencias. Cualquier detalle de su novela afloraba de pronto, nunca hablaba en general, sino que se refería a hechos concretos, a documentos, con un gran espíritu científico. Hasta los personajes de ficción, que eran muchos, gozaban de ese mismo tratamiento.

Aquel día me contó algo de su técnica literaria: «Yo trabajo con muchos cuadernos. No se pueden escribir novelas de este tipo de otra manera. Descubrí este sistema en ‘Los aires difíciles’.Lo primero es tomar decisiones: mucho antes de escribir la primera palabra. Me cuento el argumento a mí misma, con detalle. Luego trabajo los personajes por separado e intento saber lo máximo de ellos. Sean reales o de ficción. Esto puede durar un año… Luego hago desarrollos sectoriales de la novela. Hasta que llega el momento clave, que es la estructura. Una novela es como una casa. Puede ser bonita, pero, como esté mal construida… Luego, hay que saber administrar los secretos, el suspense… Eso lo regula la estructura… No me suele salir a la primera. Necesito hacer tres o cuatro intentos. Finalmente, tengo que saber qué es lo que voy a contar en cada capítulo, con exactitud… Pero mira, yo no escribo novelas históricas… Creo que una novela histórica está más interesada en los grandes personajes. Yo no».
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