Una respuesta muy frecuente a «¿cuantos quedáis en el pueblo?» empieza con la frase: «Pues este año, con lo del bicho, somos bastantes, porque se quedaron los de una casa de allá arriba y uno que se jubiló...». Lo descorazonador es lo que sigue pues después del optimismo de las primeras palabras igual te habías venido arriba:
– Pues igual somos 12 ó 14.
– Pues seremos casi 10...
– No llegamos a 20, pero por ahí andará la cosa...
No son números al azar, son los que me han dicho en muchos lugares ante la pregunta citada. Uno de ellos en el de la fotografía, Santa María del Monte de Cea. Lo peor es que en muchos lugares no pueden llegar, ni de lejos, a estas cifras, pueblos que fueron importantes, como Genicera, Canseco, Arintero y un largo etcétera con el que no te voy a aburrir.
A buen seguro que les corresponde en sus pueblos cientos y cientos de metros cuadrados por habitante y, pese a ello, acostumbrados como están a no ser ellos parte del problema sino el corazón de la solución, han aceptado cambiar su forma de vida, renunciar a tantas rutinas que les hacían mucho más llevaderos los días.
Y ya no van los paisanos a la partida. Ni las mujeres se reúnen al sol para ver pasar la vida. Tampoco salen a pasear en grupo por la carretera. Y...
Y, frente a ello, se enfrentan al largo oscurecer de los inviernos detrás del visillo que da a la calle para comprobar que no pasa nadie. Encienden sin escuchar la televisión pues les importan muy poco esos ruidos estridentes para no decir nada.
Son, una vez más, lo mejor que tenemos.
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