manuel-vicente-gonzalezb.jpg

Lo mejor: El coche de San Fernando

10/04/2016
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
He llegado a estar convencido de que los agentes de Tráfico se habían compinchado contra mí; que una mano negra seguía mis huellas neumáticas tanto aquí, en León, como en Madrid o Badajoz, lugares de mis devaneos vitales, y ciudades (al igual que en cualquier otra de nuestro territorio, pienso yo) donde uno celebra la localización de una plaza de aparcamiento en la zona azul como el logro de la medalla de oro en una competición, con la alegre extrañeza del conductor que identifica ese huequecito en las calles centrales de cualesquiera de las localidades.

Fue el caso que el Abogado del Estado (¡casi nada!), amparándose en un artículo que publicó el que suscribe, solicitó mi presencia en el Juzgado para responder a mi osadía al injuriar, según él, a agentes de la Dirección General de Tráfico. Me refería yo, en dicho escrito, al afán recaudatorio, a cuenta de su actividad profesional, de los citados agentes, pero, sobre todo, a la exagerada cuantía que dicho interés provocaba (detallaba los doscientos o trescientos euros de una multa por circular a 80 en vez de a 50). De momento, se archivó la causa, y es de esperar que nadie recurra, no en vano la libertad de expresión está muy por encima de asuntos tan triviales, como era el caso.

Pero a lo que iba, que me salgo de la linde. Estaba en que tenía la sensación de estar perseguido por los responsables de la muy digna Jefatura de Tráfico, tal ha sido la frecuencia de mis visitas (resulta innecesario detallar para qué) a las oficinas recaudadoras del Ayuntamiento en estos últimos años. Y aunque sea por una vez, y en lo que respecta al protagonismo que exhibo en el asunto que voy a tratar, he de confesar que, en principio, asumo mi culpabilidad y, con ella, sus consecuencias.

Fue el caso que un amigo instaló en el bar El Velador su modernísimo instrumental de karaoke donde descargábamos los más dispuestos nuestras frustraciones musicales tratando de imitar las voces de Serrat, de Sabina, de Los Panchos o de Nino Bravo. A eso de las tantas, alegres y satisfechos, cada cual buscó su refugio hogareño. Yo lo hice a pie porque apenas me separaban de mi casa unos diez minutos, y no merecía la pena arriesgar una conducción en el alegre estado en que me hallaba. No eché en cuenta, sin embargo, el abandono en que dejé el Focus de mi hija, aparcado en doble fila, justo a la puerta del bar. Muy de mañana sonó el teléfono para despertarme (¿quién iba a ser sino Juan, el dueño de El Velador: «lo siento mucho, Manolo, a estas horas…».) y dar por hecho que la grúa se lo había llevado vete a saber dónde, dijo el remitente, quien, por lo visto, a base de informes detectivescos (desconocedor desde el primer momento de la identidad del dueño del automóvil gris abandonado), logró localizarme.

Y allí estaba el focus, sí señor, bien aparcado en el depósito municipal donde llegué resacoso y abatido. «¿Y a cuánto asciende la broma, dice usted?», pregunté en un susurro al de la ventanilla. Me contestó que a 67 euros los gastos de la grúa, y que firmase aquí y aquí, y que a nombre de quién estaba el vehículo. Yo no pude asegurarle si al de mi hija o al de mi yerno, Estefanía, José Manuel…. Y él, que efectivamente, que al de José Manuel Rodriguez, tal como observaba, tras la identificación de la matrícula, en la pantalla del ordenador (¡qué cosas, qué adelantos!). Pagué, con todo el dolor de mi corazón, y salí disparado. En aquel momento declamé interiormente acto de contrición y, sin referir las circunstancias, entregué ‘requetelavado’ el Focus a mi yerno.

Fue entonces, pasados los días, cuando mi hija me obligó a esmerarme en la letra pequeña de la multa, la que me insinuaba un ítem más, otra cuantía, no la referida al traslado de la grúa, sino a la multa de tráfico en sí por el incorrecto aparcamiento, un detalle del que nadie me advirtió y que apareció en el buzón del dueño del Focus. ¡Ay va Dios! Pues no, el destinatario no resultó ser mi hija, ni siquiera mi yerno, sino, tal como constaba en la documentación del vehículo, mi consuegro: José Manuel Rodríguez… Salas, propietario del focus gris, persona más que acostumbrada a los despistes del suegro de su hijo, y a quien por nada del mundo iba yo a dar semejante disgusto. Pagué los cien euros de marras y a Dios puse por testigo que nunca más volvería a pasar por semejantes apercibimientos que el viento se habría de llevar…

No sé si este nuevo dispendio resulta prueba razonable para que el Abogado del Estado insista en reclamar justicia suprema para este insigne proveedor de las arcas municipales. Lo que no queda claro es si al habitual pagano van a quedarle ganas, no de protestar con pancartas ante la Dirección General de Tráfico, sino de volver a conducir cualquier aparato de cuatro ruedas (de las otras, de las de dos ruedas, podría hacerlo en una bicicleta como todo el mundo, creo yo, porque lo que es en una moto… tan sólo una vez monté en una de ellas, en el asiento trasero, y terminé de culo en la carretera, a la salida de Puente Castro, al no saber acoplarme al vaivén del conductor en la primera curva). Ahora voy todos los días en el coche de San Fernando.
Lo más leído