21/03/2020
 Actualizado a 21/03/2020
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Sabemos que nos esperan días difíciles. Lloraremos por los caídos como en todas las guerras. Pero no escribo esta columna con desánimo y lágrimas, habrá que decretarle a la tristeza estado de sitio. No sólo no debemos perder la fortaleza, la esperanza, la alegría, debemos contagiarla y arroparla como un tesoro, despertando cada mañana dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos.

Es precisamente en situaciones límite cuando mostramos el alma desnuda, sin máscaras. El universo es una fusión equilibrada entre el yin y el yang. Es verdad que ha habido conductas improcedentes, decisiones reprochables. El egoísmo ha devorado a parte de nuestra sociedad que, presa del pánico, ha acaparado recursos que hoy resultan necesarios. Algunas declaraciones han sido repulsivas, perversas. Producen bastante asco las palabras de Clara Ponsatí y absoluto desprecio el racismo que recorre los anticuerpos de Ortega Smith. Harán ruido, pero no los escucharemos, porque a su vez hay un joven violinista en la Calle Truchillas que sale cada noche a su balcón para ofrecer un concierto a sus vecinos y hay cientos de niños colgando en sus ventanas arcoíris.Jóvenes de pueblos y ciudades salen para atender a sus mayores altruistamente. Venecia se refleja cristalina. Como bien dijo mi gran amigo el escritor Juan Campal hace unos días en este mismo diario: «La alegría es revolucionaria. ¡Venceremos!». Yo añado: ¡Lo haremos! Por todos los que estamos, vivimos y somos. Mujeres, hombres, ancianos y niños. Volveremos a ver el río de nuestros padres, escucharemos a Beethoven tumbados en la hierba. Regresarán a nuestras vidas el arte, el deporte, las sonrisas, los besos que nos damos, las cenas aún no compartidas. Venceremos, porque otros antes han vencido en escenarios peores. Aprenderemos de nosotros mismos. Renaceremos juntos, porque sólo juntos será posible vislumbrar la luz. Solamente siendo solidarios podremos ser fénix.
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