12/11/2022
 Actualizado a 12/11/2022
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El célebre aforismo que en 1647 escribiese Baltasar Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno», este siglo XXI parece haberlo escuchado a pies juntillas. Nada que no sea breve prospera en nuestra sociedad. Lo publicó en su ‘Oráculo manual y aforismos’, una recopilación de sentencias en las que Don Baltasar, hombre prudente donde los haya, insistía en el arte de no cansar, no saturar. Lo mismo da que hablemos de relaciones, novelas, amistades, cafés, tertulias, intervenciones en la radio o actos amorosos. Se premia lo breve, porque tenemos prisa. Todos tenemos mucha prisa. Valoramos el tiempo, pero carecemos de él. Mejor aforismo que poema. Es la condena a la que nos han sometido. Cambalache. Trabaja para vivir y sobrevive sin respiros, a contratiempo, ahorrando segundo a segundo. Un plato único mejor que dos, que tengo que coger el metro, el bus, el taxi, las maletas, los desvíos, el teléfono, leer doscientos emails que tengo en la bandeja de entrada, que no me da la vida, y recoger al niño a la salida del colegio, ¿o era después de tres extraescolares? Si puedo ducharme escuchando un mambo igual hasta me relajo diez minutos.

¿Por qué esta intensidad en el vivir? Todo es urgente. A los niños se les empuja a ser adolescentes a los 10 cuando antes todo eso empezaba a los 14, y a los adolescentes se les invita a ver y vivir cosas de adultos jóvenes y a los jóvenes no se les empuja demasiado porque no hay salidas para todos, ahí ya podemos encontrar más freno. Pero una vez que entran en el mercado laboral todo parece ir rodado. Cómprate un piso, un monovolumen, forma una familia, una empresa, juega al pádel, toca el trombón, corre, toma la vida y corre, no pares ni un segundo hasta la jubilación. Y cuando esta llegue haz voluntariados o ayuda a tu familia que le hará falta. ¿Y el velero para cuándo? Por Dios, déjenme tomar aire. Lo bueno, ¿no sería mejor estirarlo como una sobremesa en compañía?
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