07/06/2022
 Actualizado a 07/06/2022
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De ‘Erótica y materna’ de Mariolina Ceriotti entendí la especial relación entre hija y madre. Y es que debemos formarnos continuamente porque todos somos personas afectivas y sexuadas, seres relacionales que encontramos felicidad amando y sintiéndonos amados. Y somos cuerpo, no tenemos cuerpo. Y es en el entorno familiar donde me parece propicio dar esta educación sin delegar en otras instituciones, ni en el colegio, ni –por favor– en la televisión: en ‘La isla de las tentaciones’ o en ‘First Dates’. Pues es en la familia donde se acoge la vida de manera incondicional: «No te quiero porque seas bueno o buena, te quiero porque eres mi hijo, mi hija, porque eres una persona». Entorno familiar como lugar existencial, no funcional. Este bien pudiera ser un primer paso en la educación afectiva, la aceptación: se me quiere porque soy, no por cómo soy. Después, dar el salto del ‘enSimismarme’ al ‘enTusiasmarme’: amar y sentirse amado, porque el mayor de los afectos es el amor. Y a un amor volitivo, ese «querer querer» del que hablaba Coixet en su corto ‘Bastille’ y Fito & Fitipaldis en ‘Para toda la vida’: «Yo le doy mi querer al querer y lo doy para toda la vida. Si quisiera un amor de placer, me buscaba un amor de cantina». Y a saber disfrutar con el bien y la belleza.

También es relevante conocer para disfrutar las diferencias positivas entre varón y mujer: porque el comportamiento sexual es diferente. El varón se excita rápido, por la vista. Para él es divertido, casi un juego y no alcanza a entender la complejidad de la mujer. Con la revolución sexual se ha conseguido que las mujeres sean tan irresponsables sexualmente como los varones en un intento de «llegar a ser como ellos». Por eso me parece esencial «la vuelta al hogar» de las «Mujeres salvajes» que comenta Pinkola Estés en ‘Mujeres que corren con los lobos’: un cambio social derivado de que la mujer reencuentre su feminidad, pues si ella no sabe quién es difícilmente lo sabrá él.
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