LNC Cofrade: Sagradas espinas

La parroquia del Mercado custodia dos espinas de la corona de Cristo

Xuasús González
25/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Fue hace ya más de siglo y medio, el 10 de febrero de 1858, cuando el obispo de León, Joaquín Barbajero, autorizó al párroco del Mercado, Francisco Fernández, a exponer «a la veneración pública en el mismo Domingo de Pasión de cada año perpetuamente (…)» las sagradas espinas de la corona de Cristo, que antes habían pertenecido al monasterio de san Claudio. Y mandó, a su vez, conservar el documento en el archivo parroquial. Y a fe que allí se encuentra.

Sobre las sagradas espinas han escrito autores como los hermanos Máximo y Julio Cayón, su padre –Máximo Cayón Waldaliso–, Antonio Viñayo o Eloy Díaz-Jiménez y Molleda –este transcribe un manuscrito del siglo XVII sobre la historia del monasterio de San Claudio, escrito por uno de sus monjes–, quienes coinciden –aun con matices– en buena parte de sus trabajos. Y a ellos acudimos.

Las espinas llegaron a León a finales del siglo XII, donadas por el papa Celestino III al monasterio de san Claudio años después de haber participado, en 1173 –aún como cardenal Jacinto–, en la exhumación y traslado al altar mayor del templo de las reliquias de los santos Claudio, Lupercio y Victorico, y haberse llevado consigo el cráneo de este último.

El monasterio fue desamortizado en 1835, y uno de sus monjes –acaso fray Pedro Cid, su último abad–, entregó las espinas a las Agustinas Recoletas, siendo después confiadas a José Montes –amigo del capellán, fray Manuel Carranza, exclaustrado de san Claudio–, quien las entregaría años más tarde al obispo Barbajero, y este, al párroco del Mercado. Hasta hace unos meses, se custodiaban en el despacho parroquial, si bien se encuentran ahora con las joyas de la Virgen, en la caja fuerte de un banco.

Las sagradas espinas eran ya adoradas cada Domingo de Pasión –el anterior al de Ramos– en el monasterio de San Claudio, y en la parroquia del Mercado se seguirá haciendo de la misma manera; pero sabemos que fueron también veneradas en el ecuador del siglo pasado, durante el triduo a Jesús Nazareno cuando este recibía culto en el Mercado –en 1953 se trasladará a Santa Nonia–, a tenor de los carteles anunciadores: «Al final se darán a adorar las sagradas espinas que se veneran en dicha iglesia».

Y aún hoy, cada Domingo de Pasión, en el cuarto día de la novena a la Virgen del Mercado, se siguen venerando en todas las misas. Con gran fervor, dicho sea de paso. No es para menos.
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