LNC Cofrade: Montadores

Un grupo de hermanos se encarga de que todo esté dispuesto para las procesiones

Xuasús González
14/03/2020
 Actualizado a 14/03/2020
Los montadores –en la imagen, de Angustias– ultiman ya los preparativos para la próxima Semana Santa. | L.N.C.
Los montadores –en la imagen, de Angustias– ultiman ya los preparativos para la próxima Semana Santa. | L.N.C.
Dentro de poco más de un mes, está previsto que los papones ‘tomemos’ las calles en alrededor de una treintena de procesiones durante los diez días más intensos que vive esta ciudad. Y en cada una de ellas, todo estará perfectamente dispuesto para que cada cual ocupe el lugar que le corresponda: los pasos limpios, las almohadillas colocadas, los enseres preparados… De ello –entre otras muchas cosas– se encargan, en cada cofradía –atendiendo a sus propias necesidades–, los montadores, un grupo más o menos estable de hermanos –a los que se suma alguno más a echar una mano en determinados momentos– que dedican muchas horas de sus vidas a realizar ese trabajo tan importante en las penitenciales… a pesar de que, casi siempre, pase desapercibido.

Son los montadores los que, antes de cada procesión, sitúan las imágenes en los tronos, los que distribuyen las almohadillas, los que ponen las baterías… y quienes hacen justo lo contrario una vez finaliza el cortejo. Y, además, son también los que durante el resto del año –y, sobre todo, en Cuaresma– realizan las oportunas labores de ‘mantenimiento’: si un farol se tambalea, si una pieza de la candelería se ha doblado, si una luz no funciona… son ellos quienes lo revisan para solucionarlo, como también se ocupan de limpiar la plata, de pintar las parrillas, de quitar el polvo a las imágenes…

La de los montadores es una manera de vivir la Semana Santa muy distinta y, quizá, hasta difícil de entender para quienes conocemos ese ‘mundo’ desde la distancia, a los que nos puede costar entender que dediquen tantos esfuerzos a una labor por la que no reciben a cambio remuneración alguna. Su trabajo, desde luego, es impagable.

Y eso que, además de los buenos momentos –que los hay, y muchos– también tienen que pasar por tragos más amargos, porque su cometido, en general, no es precisamente agradecido: si se hace como es debido, suele pasar inadvertido, pero el más mínimo desliz se convierte rápidamente en el centro de las críticas.

Probablemente el mero hecho de compartir juntos tantas horas, tantas experiencias, hace que los montadores no solo sean un equipo cohesionado, sino también uno de los más implicados –probablemente, junto con juntas de gobierno y bandas– en las cofradías; y cuya relación acaba yendo más allá de lo semanasantero, convirtiéndose en muchos casos en una especie de ‘segunda familia’.
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