15/09/2022
 Actualizado a 15/09/2022
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Al Dios de la Lluvia le costó dios y ayuda llorar sobre España. Después de un verano caótico en el que los pantanos han mermado hasta casi enseñar sus más íntimos secretos, ¡por fin!, este lunes pasado comenzó a llover. España se estaba secando, como los bacalaos al sol, como los fréjoles al sol, a punto de ser trillados. España y Portugal, este verano inacabado, han ardido por sus cuatro costados, como si fuésemos una California cualquiera traspasada a Europa, dejando aquí, igual que allí, destrucción y muerte por doquier. Se han quemado trescientas mil hectáreas de terreno, lo cual es una barbaridad, se mire por donde se mire. Por supuesto que nos rasgamos las vestiduras ante esta catástrofe, pero, en realidad, no hacemos, o no hemos hecho, nada por evitarlo. Con la lluvia, si le da por caer a lo bobo, el problema se agravará, puesto que lo suelos, yermos de vegetación, perderán miles de kilos de tierra, arruinando a corto plazo su regeneración.

La lluvia, este verano no acabado, fue una cosa de ricos, como el caviar, como una botella de vino de dos mil euros. La lluvia, este verano no acabado, ha sido un artículo de lujo con un IVA de 25 %, igual que la luz o la gasolina; igual que un chuletón XXL de los que dan de comer en el ‘Capricho’.

Ante este desbarajuste, mucha gente culpa de todo al cambio climático, que viene a ser una especie de Putin medioambiental. Los hombres buscamos un chivo expiatorio cuando algo se nos escapa de las manos, cuando no somos capaces de hacer frente a algo superior, algo que no tiene remedio, algo que pasa porque la naturaleza es infinitamente más poderosa que nosotros. En esta etapa desquiciada de la historia, hemos encontrado al ‘chivo climático’ para intentar absolvernos de nuestra ineptitud, de nuestra ceguera, de nuestra ansia, como si fuésemos al mismo tiempo el pecador y el cura que nos perdona los pecados a cambio de rezar un Padre Nuestro. El cambio climático existe, por supuesto, pero no hemos sabido o no hemos querido afrontarlo con valentía. Somos muy cobardes y como tales nos cuesta reconocer lo mucho que hemos metido la pata. Las propuestas que el Poder ha puesto sobre la mesa para librarnos del apocalipsis no tienen, en la mayoría de los casos, un pase y lo único que lograrán es que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más pobres. No puedes meter en el mismo saco a los alemanes o a los holandeses y a los congoleños o a los etíopes. Ni tienen los mismos afanes, (unos luchan por conseguir un coche nuevo de cien mil euros y los otros por intentar comer algo al día siguiente), ni las soluciones al desastre son las mismas. Lo más irónico del asunto es que los que promueven y propugnan luchar contra el desastre abandonando todas las fuentes de energía que nos auparon hasta conseguir el ‘estado del bienestar’ son los que olvidaron a los protagonistas de las revoluciones que cambiaron el mundo. Los ‘zurdos’, como dicen los argentinos, han dejado de la mano del Dios de la Lluvia a los pobres, a los menesterosos, a los parias de la tierra. Solo se preocupan de ellos mismos; se han vuelto tan capitalistas y tan consumistas como los patronos contra los que lucharon.

Más de la mitad de los habitantes del planeta viven con menos de un cuarto del ingreso medio de un europeo. Seguramente he sido muy optimista, pero así es uno...

El caso es que el lunes comenzó a llover y una sonrisa acudió a mi cara, como a la de muchos de vosotros. Espero que el Dios de la Lluvia no lo coja a pecho y que no pase como en ‘Cien años de soledad’, cuando estuvo lloviendo un año seguido y fue peor el remedio que la enfermedad. No estamos en el trópico, por suerte, y no es fácil que suceda, pero no os fieis. Si ocurre, ya sabemos que la culpa será del cambio climático, que todo lo revuelve y lo estropea. Sin ir más lejos, este final de verano, en Pakistán, la han palmado dos mil personas por culpa del monzón, que ha destruido medio país. Un país, por cierto, pobre de solemnidad, dónde la casta dirigente gasta miles de millones de dólares en construir bombas atómicas pero se olvida de dar de comer a su gente. Uno cree recordar que allí, en la India, en Birmania y en Camboya todos los monzones pasa lo mismo desde hace siglos. Igual que en Filipinas o en Vietnam. Por desgracia, nos queda muy lejos para preocuparnos de lo que les sucede, viéndolos solamente como destinos turísticos exóticos y, los más hijos de puta, como destinos sexuales. Follar con una chica de estos países sale más barato que tomarse una cerveza en la terraza de cualquier bar de León.

Yo ando mosca, porque hace muchos años, en otra temporada en que al Dios le dio por llorar, se cayó la casa del cura de mi pueblo. El obispado se quedó con el solar, (que era del pueblo), y lo vendió a un vecino a muy buen precio.... Así son ellos. Salud y anarquía.
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