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Llevadme a un bar

25/10/2020
 Actualizado a 25/10/2020
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Oh, bebidas alcohólicas, luz de nuestra vida, fuego de nuestras entrañas. Auténtico pegamento de esta variopinta tierra que llamamos España y en la que un bildutarra de Rentería y un señor de bigotillo preconstitucional del Casa Pepe de Despeñaperros comparten una forma de disfrutar el etanol que tiene poco que ver con la que te encuentras cuando cruzas la frontera. Otrosí, bálsamo de un país cainita que tendría una guerra civil cada década de no ser por el vino, las cañas bien tiradas y los espirituosos.

Sostiene el escritor Alfredo Bryce Echenique que siempre hay que desconfiar de quien no bebe nunca alcohol. ¿Y los niños?, podrá preguntarse alguien, igual que la mujer del reverendo de ‘Los Simpson’. Bien, dejando a un lado la confianza que podamos depositar en un infante para encomendarle la gestión de nuestros ahorros o tareas similares, la cruda verdad es que durante siglos los críos de estas latitudes han ido familiarizándose con estos brebajes (en forma de vino con gaseosa o pan mojado en orujo) desde el momento de la primera comunión. Quién sabe si ese primer contacto con la sangre de Cristo proporciona superpoderes especiales por aquí, pero los ‘guiris’ lo flipan cuando vienen: cómo es posible que en un lugar donde se bebe tanto (y se consumen también otras sustancias a paladas), la sociedad no esté rota y las calles hechas escombros. Pero es más bien al revés: parece como si en Estados Unidos, por ejemplo, no hay ninguna opción entre medias de ser un abstemio radical y ‘apretarse’ una botella de vodka cada día en la soledad del hogar. Nosotros hemos conseguido ese equilibrio tan aristotélico de pillarle el ‘puntillo’, nunca mejor dicho, al arte de empinar el codo. Sobre todo, por convertirlo en un acto social que ahora el coronavirus está destruyendo. ‘Mamarse’ y bailar son dos cosas que, sintiéndolo mucho, no nos salen bien en el salón.

De ahí la divertida reacción al caso de la presidenta de Baleares, Francina Armengol (PSOE), que fue sorprendida en un bar de copas de Palma de Mallorca después del horario máximo estipulado para el cierre. Un caso que se suma al de los alcaldes de Badalona y Manlleu, sorprendidos con tremendos ‘melocotones’ en distintos grados de ilegalidad. Sólo podemos levantar nuestra copa por Francina y por la magnífica excusa esgrimida: a un miembro de su equipo le entró un ‘amarillo’ y hubo que entrar a socorrerle en un garito. Julián Hernández, que con Siniestro Total cantaba «España bebe, España se droga, en este imperio español no sale el sol», depuró esta idea años más tarde con su socio Rómulo Sanjurjo en otro verso estupendo: «Estoy muy mal, llevadme a un bar».
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