"Llegas a ver inevitable que se queme todo el pueblo"

Fasgar vivió estos días el primer incendio grave, muy grave, del año. En el pequeño pueblo sólo estaban seis personas, una de ellas, la presidenta además, recuerda la impotencia, el miedo, al sentir que está muy cerca la posibilidad de que las llamas lleguen a las casas

Fulgencio Fernández
13/02/2022
 Actualizado a 13/02/2022
Rosy contempla desolada el paisaje después del fuego, aunque lo peor ya pasó.
Rosy contempla desolada el paisaje después del fuego, aunque lo peor ya pasó.
Pocas situaciones más dramáticas que ver acercarse el fuego y no poder detenerlo. Pocas sensaciones de impotencia mayores que ésa, con el añadido del temor a perderlo todo.

En un pequeño pueblo de la provincia, Fasgar (en el ayuntamiento de Murias de Paredes), lo acaban de vivir, tres jornadas terribles. Pero al final de las mismas quedan las hectáreas calcinadas, los helicópteros utilizados e incluso el rincón amenazado del urogallo. Pero, ¿y sus gentes? En el momento del incendio «por suerte estábamos en el pueblo los cuatro vecinos que vivimos y dos albañiles que estaban trabajando allí, nos pusimos manos a la obra nada más verlo y creo que fue fundamental para que no fuera más grave la cosa». Quien lo recuerda es Rosy Fernández, una de los cuatro vecinos y, además, la presidenta de la Junta Vecinal. «Serían las cinco y media, yo estaba colocando ropa y hablando por teléfono cuando un vecino llamó al timbre y me dijo lo del fuego. Estaba allí al lado, a cien metros, no había tiempo que perder... menos mal que estábamos todos».

Empezaban para Rosy, la joven que dejó un trabajo seguro en Asturias para regresar a su tierra, tres días de locura. «Primero con las mangueras para evitar que llegara el fuego a las eras, si entraba allí estábamos perdidos, estaba el fuego a cien metros. A llamar a Protección Civil a Riello, que acudieron rápidos; llegaron vecinos de los pueblos de al lado, que no tengo palabras para agradecérselo;  a la Brigada de  la Base de Camposagrado, que todo lo que diga de esos chavales es poco, llamamos cuando faltaban 10 minutos para acabar su turno —y no les sustituía nadie pues no hay más brigadas en la actualidad— y subieron, trabajaron sin descanso... en fin, horas y horas, con un bocadillo que les llevamos. Yo estaba en la plaza, para lo que  nos pidieran, el fuego no cedía, parece ser que con las heladas hay un efecto térmico o no se qué que forma unas bolas de fuego terribles. Hubo momentos en los que  llegas a ver inevitable que el fuego llegue a las casas...».

Al día siguiente se sumaron los helicópteros y poco a poco, con contratiempos, fue volviendo una relativa tranquilidad .

Después de la vorágine no llega la calma. La noche no fue de descanso sino de sobresaltos y, dice Rosy, «creo que va a pasar mucho tiempo antes de que se me quiten de la retina aquellas imágenes del fuego, como no podré olvidar a mis vecinos y las gentes que nos ayudaron».

Más complicado resulta hincarle el diente a la pregunta que flota en el aire, sobre la autoría de una insensatez de tal calibre: «¿Quién puede hacer una cosa así, a cien metros del pueblo?».
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