18/06/2023
 Actualizado a 18/06/2023
Guardar
Don Fernando Lázaro Carreter se quejaba en sus libros de Lengua española, hace ya unos cuantos años, del mal uso de las voces ‘literal’ y ‘literalmente’. Y repetía un ejemplo sacado de un diario deportivo, en el que el periodista dijo que un futbolista ‘salió literalmente volando’. Esa imagen de un defensa central abriendo los brazos para agitarlos y escapar del estadio cual grácil avutarda me viene frecuentemente a la cabeza ante esta nueva epidemia de la literalidad.

Por un lado, la chavalería abusa de ‘literal’ como herramienta para enfatizar. Los amantes de las metáforas sentimos un pequeño pinchacito en las tripas cada vez que escuchamos, por ejemplo, una conversación de desengaño: «Entonces le dijo que no quería volver a verla nunca más. Literal». Más interesante es el uso erróneo en boca de los representantes institucionales. Hace tiempo, la políticamente difunta Begoña Villacís afirmó con alegría: «En Madrid pagamos impuestos hasta por respirar, el gobierno de Carmena ‘ordeña’ literalmente a los madrileños». Nótese el bello uso de la comilla simple junto a la siguiente palabra. Un hermoso oxímoron que, aún hoy, siguen repitiendo altos cargos de gobiernos de uno y otro color político.

Sin embargo, me parece más preocupante lo que me contaba Angélica Liddell hace unos meses: «Cartarescu afirma que vivimos en el mundo de lo literal, la planicie de los significados únicos, sin niveles simbólicos o profundos de pensamiento. Nos hemos secado. El espectador ha perdido la capacidad para realizar conexiones y asociaciones complejas». En efecto, el arte es la huida de las explicaciones al pie de la letra. Ya la vida es demasiado prosaica como para estar aplicando sus mismas reglas a la poesía, las canciones, el cine o el teatro. Que es lo que está pasando actualmente.

Según muchos antropólogos, el símbolo es lo que nos hace humanos. La capacidad para contar una historia con un par de tibias y una calavera, la magia de meterse en la piel de un asesino o de un héroe. Todo eso ha quedado arrasado. Si en una canción alguien expone que va a matar a una mujer se infiere que el autor o el intérprete del tema es un asesino machista. Y si en una película el protagonista tiene una ideología ‘desviada’ el actor que le da vida tendrá que soportar el escrutinio del público hasta que llegue el momento de las aclaraciones y diga que no, que no tiene nada que ver con ese tipo y que de hecho le repugna interpretarlo. Literal.
Lo más leído