04/12/2020
 Actualizado a 04/12/2020
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Si tienen alguna red social o utilizan habitualmente Spotify como servicio de ‘streaming’ para escuchar música, tendrán a estas alturas más que claros los gustos musicales del vecino, los minutos que han pasado perreando durante el año o las canciones que ha ‘quemado’ los últimos meses.

Y es que por alguna extraña razón llega ese momento de cada año – y parece que es una de las pocas cosas que la pandemia no cambiará – en la que a la gente le entra una ansia loca por hacer listas de absolutamente todo, especialmente en el mundo de la cultura, donde se vive con la permanente espera de la aprobación del de al lado.

Así, estos días los portales musicales se llenan de los mejores discos de 2020, las canciones más destacadas del año y los artistas que no te has podido perder. Lo de ordenar gustos no es algo que termine de entender, pero lo que irrita especialmente es la superioridad moral que conlleva. De hecho, cuando me ha tocado a mí hacerlo por obligación profesional, siempre me he sentido mal teniendo que poner mejor o peor a un artista que se habrá dejado la vida en sacar un disco simplemente porque a mí me guste más o menos que otro.

¿Por qué es más culto, digno o inteligente alguien que ha dedicado horas a escudriñar el catálogo de la Deutsche Grammophon que el que ha escuchado en bucle el último disco de Bad Bunny? ¿Qué le puede hacer a alguien pensar que su voto debe valer más por mover el culo con John Coltrane que el que lo hace con un recopilatorio de Operación Triunfo?

Y lo mismo con la televisión, el cine o en general todo aquello que no deja de ser una cuestión puramente subjetiva. Dejen a la gente que pierda el tiempo como mejor guste, carajo. Menos mal que ya nos abren los bares y podemos empezar a discutir sobre temas aún menos importantes. Y ya es decir.
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