18/04/2020
 Actualizado a 18/04/2020
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Blanca y sangrante. Aparece sobre la trapa bajada de uno más de esos negocios temporalmente clausurados. La mancha de pintura acusadora denota peligro. El negocio pertenece a una familia china, que como tantos seres humanos desde los albores de los tiempos, abandonó su útero patrio buscando cobijo de prosperidad. La madre de familia es Lí, hermosa oriental de aterciopelada piel que mantiene una intensa vida social a través de su móvil de inagotable batería. Su marido está plenamente integrado en la vida local. Se han comprado una casita en un pueblo de León. Dos retoños completan el elenco familiar. Una adolescente y un pequeño, que hace de intérprete en lo que al español respecta y que aprendió a usar el datáfono antes que sus padres. A veces, desde el fondo de la tienda, se escucha a Lí canturreando en un inteligible chino mandarín mientras contempla extasiada los amoríos de personajes de ojos rasgados que protagonizan el culebrón oriental que sigue con devoción. En la tienda hay una sección de moda femenina variada.

Lí siempre sonríe. Tengo varios calendarios chinos, una pañoleta y una vistosa pulsera de piedras naturales que tuvo a bien regalarme por corresponder a su sonrisa. Hace poco su hermana se casó en Ponferrada. Casi toda su familia está en España.

El sedoso pelo oscuro de Lí evoca el de una de esas fascinantes geishas. Pero las geishas son japonesas. Y Lí es china. ¡Qué más da! Solemos confundirlo todo. Y más en estos tiempos turbulentos donde lo mismo aplaudimos a unos héroes que les denostamos porque habitan en nuestros mismos bloques y pueden contagiarnos.

Tiempos confusos en que la cerrazón puede perturbar el entendimiento y clausurar, también, el sentido común. Parece que en algunos lugares aumentan las agresiones hacia los chinos por considerarles culpables de la pandemia. Crece el acoso hacia ellos en los medios públicos de transporte, las miradas inquisidoras a las entradas de las discotecas. Se multiplican los recelosante su presencia.

Recuerdo ahora esa conocida cita del pastor luterano alemán Martin Niemöller: «Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron a por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron a por mí, y no quedó nadie para hablar por mí».

¡Qué quieren que les diga! , yo estoy deseando volver a ver esa blancura de sonrisa bermeja de mi amiga Lí.
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