14/11/2021
 Actualizado a 14/11/2021
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Existía una noble y seguramente romántica idea según la cual el líder de un grupo, en particular si era elegido democráticamente, se beneficiaba de un conjunto de valores que el resto le atribuía. Uno de ellos consistía en la visión de futuro, la capacidad de preparar al grupo para afrontar mejor el porvenir. Por ese motivo eran elegidos y, para lograrlo, en ocasiones proponían sacrificios que eran asumidos por el grupo como parte de las concesiones hechas a ese liderazgo en la confianza de una ulterior compensación.

Recuerdo ese contrato social cada vez que un político pone en peligro nuestro futuro con la estrechez de miras de sus afirmaciones y decisiones, a corto plazo y a sabiendas, para afianzarse en el cupo electoral del que se cree rentista. Lo recuerdo porque cada vez que se saltan sin rubor un compromiso donde se juega ese futuro, ponen en peligro el de los míos y el de todos.

Ahora que la conferencia sobre el clima de la COP26 de Glasgow censura las ayudas públicas al petróleo, gas y carbón y su promoción como una de las pocas maneras de contener la contaminación atmosférica, nuestro presidente autonómico se dedica a reprochar al gobierno central el fin de la explotación del carbón en la tierra donde esta renuncia ha sido más difícil. Y así. Nada más iniciarse una campaña, tan tardía como necesaria, contra el abuso insano de las bebidas azucaradas espolea a los remolacheros. En cuanto el consumo excesivo de carne que la OMS lleva denunciando años da lugar a un consejo de las autoridades gubernamentales, se aposta junto a los ganaderos sin el más mínimo sentido de la responsabilidad. Su visión acerca del futuro de todos da vergüenza ajena y debería ser denunciable. Su deber, y el de políticos que también prodigaron facilones chascarrillos sobre los filetes, no consiste en ahondar trincheras y acomodarse en una de ellas, sino en ocupar el lugar de todos y persuadir con las compensaciones oportunas a quienes de una u otra manera sean perjudicados por el imprescindible cambio de un modelo productivo caduco y peligroso. La defensa del campo no consiste en compartir irritaciones o repartir licencias de caza, pero sí en negociar mejores precios para sus productos o redes tecnológicas parecidas a las urbanas, aunque incumba a empresas privadas. Por no mencionar la atención sanitaria y otras ofensas públicas.

Resulta lamentable comprobar cómo, desde hace medio siglo, los movimientos ecologistas y grupos afines han tenido razón en un porcentaje tan abrumador y más que ningún gobierno del planeta, siempre a remolque en decisiones trascendentales que hoy deben tomarse con unas prisas y falta de previsión proclives a enconar enfrentamientos. Tampoco ningún gobierno, ya en el filo del abismo, ha tenido la gallardía de reconocer esa falta de visión de futuro, pese a tanta casandra. Líderes.
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