Librovejerías en tiempo de pandemia

Bruno Marcos reflexiona sobre la suspensión de la feria del libro viejo a causa de la pandemia que viene acompañada por un resurgir de las librovejerías

Bruno Marcos
09/10/2020
 Actualizado a 09/10/2020
Interior del café librovejero Tula Varona.
Interior del café librovejero Tula Varona.
Este año no habrá feria del libro viejo, antiguo y de ocasión por causa de la pandemia. Quedan, así pues, los libros dormidos en sus estanterías sin despertar en las casetas de la Plaza de las Palomas. Me contaba el librero de Paraíso Lector el otro día que se había barajado la posibilidad de instalarlas en una calle estrecha para que los nostálgicos de las letras olvidadas pasasen en fila india entre ellas sin peligro al arrimarse únicamente a los papeles muertos. Es cierto que los clientes de las librerías de lance pueden contagiar y contagiarse del mal venido de Wuhan como cualquiera, pero ellos ya mantenían la distancia social a rajatabla mucho antes de la pandemia esta, se les veía solitarios siempre, a más de dos metros unos de otros, encerrados en sí mismos y apestados de antemano.

Nunca vi a dos personas juntas en librovejería alguna y si, por accidente, llegaban un par de ellas acompañadas en cuanto se adentraban en los ejemplares huérfanos una se iba a una punta y la otra a otra. Al reunirse al final de la inspección la conversación ya no era la misma: se habían extraviado cada una por su cuenta en las pocas líneas que leían, en portadas pretéritas, fechas remotas de ediciones, nostalgias y cadáveres de autores a medio sepultar entre dedicatorias y codas. Entrar en librerías de viejo es la fórmula magistral del distanciamiento social, penetrar en ellas aísla, desengaña del presente y le resta a uno las fuerzas necesarias para seguir alegre lo que queda del día: volver a casa y encender la tele, sentarse en un sofá que tiene menos de cien años y mirar de reojo tres o cuatro capturas, mazos de palabras cubiertos del polvo de algunas décadas que esperan no se sabe qué… Se trata de una alienación que obra sobre nosotros el tiempo, un alejarnos de nosotros mismos que nos emboba volviéndonos una noble nada…Hace menos de un año despedíamos con pena a La Trastienda, pensando que el fallecimiento de su dueño traería el cierre de la mítica tienda y, sin embargo, dicen que ha vuelto a abrir, que alguien se ha hecho cargo —según comentan— de casi cien mil libros poco nuevos. También los de La Colegiata, cerca de catorce mil, han sido indultados yendo a parar a pocos metros de donde estaban, al nuevo café Tula Varona, que es además librovejería. Unos meses duró la que se abrió en la antigua papelería Rubí, cerca del arco de la cárcel.

Si los libros viejos no van este año a las casetas de la feria en las que eran expuestos a la demasiada luz del día, se librarán de pasar los primeros fríos del otoño que maltrataban sus huesos de papel y los librovejeros estarán menos ateridos, se protegerán las páginas ancianas de pie en sus estantes, flanqueadas a izquierda y derecha por otras hojas viejas bien apiladas, esperando a que pase el temporal del virus bajo su escudo de polvo, solidificación del tiempo.
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