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Libertad para hacer el mal

05/11/2021
 Actualizado a 05/11/2021
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Una de las cosas más preciadas que tiene el ser humano, es la libertad. Poder decidir libremente hacer el bien o el mal sin que nadie te obligue. En sociedades occidentales como la nuestra, tan acostumbrados a disfrutar de esa libertad, hay veces que no la valoramos lo suficiente. Piensen por un momento lo que tienen que hacer hoy. Seguro que la mayoría de las cosas podrían no hacerlas sin que le supusiese mucho problema.

El deseo de libertad, es una cualidad inherente a la felicidad del ser humano y si nos la quitan, terminan con gran parte de nuestra vida. Que se lo pregunten a tanta y tanta gente que por muy distintos motivos no pueden elegir libremente, ya sea porque padecen una enfermedad, viven con miedo en su ámbito doméstico, están bajo el yugo de algún régimen comunista o están privados de libertad por ir contra las normas que nosotros mismo nos hemos impuesto.

En esa libertad de decisión podemos hacer cosas buenas, realizarnos como personas y hacer feliz a quiénes nos rodean, pero también somos libres de hacer el mal, autodestruirnos o hacer daño a la gente que nos rodea.

Hace unos días fuimos testigos de la mayor pesadilla para unos padres o unos abuelos. Un despojo humano con cara de mosquita muerta, segó la vida de Alex, el pequeño de 9 años de Lardero, tras llevárselo del parque donde estaba jugando con unos amigos.

Francisco Javier Almeida López de Castro, el monstruo asesino, eligió su camino para ejercer el mal en libertad y no solo en esta ocasión. Hasta en al menos otras dos ocasiones cometió agresiones sexuales y asesinatos por los que fue condenado en 1993 y en 1998.

Curiosamente en casos como estos, como vivimos en una sociedad en la que no cabe un tonto más, no faltan expertos y opinadores que intentan “justificar” tan horribles crímenes buscando alguna causa o algún trauma infantil que haga parecer al delincuente no responsable de sus actos y haciendo a la sociedad corresponsable de sus atrocidades para, al cabo de unos años, devolverle a la sociedad como reinsertado (música de violines). El propio artículo 25.2 de la Constitución dice que las penas deben estar orientadas a la reeducación y la reinserción.

En muchas ocasiones se puede percibir un tufillo paternalista “socioestúpido” por el que parece que los delincuentes no son responsables de sus actos y se intenta esa reeducación que dice la Constitución, pero no. Esta gente actúa en libertad pudiendo escoger el buen o el mal camino y como han tenido esa libertad y han usado y abusado de ella, debería recaer sobre ellos todo el peso de la Ley, sin reducciones, tercer grados ni chorradas de ese tipo.

El resto de miembros de la sociedad no podemos ser corresponsables de los actos de unos malnacidos y tenemos que protegernos, aunque para ello esas personas que han elegido el camino de la maldad, no puedan ejercer su libertad en lo que les queda de vida.
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