16/02/2021
 Actualizado a 16/02/2021
Guardar
No es que quiera aprovechar la coyuntura para promocionar donde se ubica nuestro Despacho, pero es que las circunstancias me obligan a hablar de la decisión adoptada en el pleno ordinario del Ayuntamiento de León del pasado mes de enero. Así, para aquellos que conocen nuestra ubicación y también para los que no, decirles que ya no estamos en la emblemática calle Capitán Cortés, y no porque hayamos mudado nuestros muebles, sino porque ahora la calle Capitán Cortés ha pasado a llamarse calle de la Guardia Civil.

En ese afán que tan de moda está por destruir cualquier resquicio de nuestro pasado, y en apoyo de la consabida Ley de Memoria Histórica, el consistorio ha adoptado esa decisión, desterrando al Capitán Cortés de nuestro callejero para hacer honores a tan insigne cuerpo de las fuerzas de seguridad.

No sé ustedes, pero personalmente, y pese a llevar varios años allí ubicada, desconocía quien era la persona que se escondía detrás de este nombre. No sabía si era un ‘bueno’ o un ‘malo’, no sabía si había nacido allí o si había hecho alguna proeza o ignominia que le hubieran llevado a semejante puesto. Sin embargo, ahora, gracias a la curiosidad generada por la iniciativa adoptada por nuestros políticos y tirando de San Google, ya sé quién era ese personaje que ocupaba una placa en nuestro callejero. No estoy segura, por tanto, de si alguien se ha parado a pensar que más que enterrar el pasado, acciones como ésta, más bien desentierran los huesos de momias empolvadas que, dicho sea con los debidos respetos, difícilmente pueden llegar a ofender a nadie a estas alturas, pues apuesto que la inmensa mayoría de los vecinos de León desconocían, al igual que yo, quien había detrás del nombre de esta calle, o de otras muchas de nuestra ciudad.

En los últimos tiempos, estamos dando una preocupante vuelta de tuerca a muchas acciones cotidianas de nuestras vidas. Ahora ya no puedes hacer los mismos chistes que antes, los discursos deben de estar milimétricamente medidos para no incurrir en comentarios supuestamente indebidos u ofensivos, la publicidad debe estudiarse desde todas las perspectivas posibles para que nadie pueda sentirse agraviado, y por si fuera poco, resulta que algunas de nuestras películas más afamadas se cuestionan por sus tintes racistas o sexistas.

El pasado, ya sea en forma de película, de calle o de novela, nos guste o no, existe y existirá para siempre, por mucho que queramos eliminar nombres de calles, o prescindir de películas memorables, la verdad que se esconde detrás de ello existió en algún momento, por lo que, quizá, más que eliminarlo en un afán de esconder lo sucedido, debería de usarse para recordar lo que una vez pasó y no debemos permitir que vuelva a suceder

En España nos ha gustado mucho hacer alarde del país libre, transigente y moderno en que nos convertimos tras aquella España franquista. Hoy puedes criticar al Gobierno y manifestarlo sin poner tu vida en riesgo, pero ¿realmente puedes opinar libremente sobre cualquier asunto sin miedo a sufrir alguna consecuencia?

Es cierto que en nuestro código penal no se contempla lo que se conoce como el delito de opinión, lo que podría hacer suponer que no existe en España ninguna ley que limite lo que uno puede opinar libremente, pero la realidad es que la censura está más presente de lo que pensamos, quizá no tanto institucionalmente, pues cierto es que no son muchos los casos en lo que ha habido penas por opiniones indebidas, sino a través de una corporación aún más peligrosa que las propias instituciones jurídicas, el gran jurado de jurados: la ciudadanía ofendida y, el consecuente linchamiento público que se produce en las redes sociales.

Así que, no nos engañemos, aunque a priori podríamos pensar que la censura es una quimera en Occidente gracias, entre otras cosas, a internet, la realidad es que existe una censura de cariz democrático, más dura que la de las sombras de los ministerios, la de la masa ofendida, cuyo poder se multiplica paradójicamente a través de la misma herramienta que más libertad aparente genera, como es el mundo en internet.

Como saben, en meses pasados el Congreso aprobó una propuesta por la que se adoptarán medidas para perseguir a aquellas personas que propaguen mensajes de odio en las redes sociales, pero lo cierto es que tal medida ha generado bastantes detractores y no es de extrañar ante el temor de que sean las empresas tecnológicas privadas, y no los jueces, quienes decidan sobre lo que está bien o mal en las redes sociales.

Decía Felipe II que «no hay príncipe de quien menos se quejen los suyos que del que les da más licencia para quejarse», pero quizá la duda esté en si esa licencia es tan real como quiere aparentar ser, o si en realidad convivimos con una libertad no libre, pese a que parezca una contradicción lingüística.
Lo más leído