21/04/2017
 Actualizado a 12/09/2019
Guardar
Algo más se construye. Dicen que el sector se reaviva. Y es cierto, pero tampoco es para tirar cohetes: alguna grúa por aquí y unos andamios por allá, para rehabilitar algo. Pero poco más.

En todo caso, jamás será como antes, ni siquiera una aproximación. En la época dorada en que los edificios crecían como si solamente hubiera que regarlos, se daban por aquí, y no quiero ni decir por la costa o las grandes ciudades, se daban, digo, licencias para cuatro mil viviendas al año, cosa que jamás volveremos a ver, entre otras razones porque ya hay suficientes terminadas y listas para habitar para los próximos veinte años. O más si la población sigue descendiendo.

En los últimos tiempos del mandato de Don Francisco, aquél señor bajito con voz atiplada, se nos decía que en España había un déficit de dos millones de viviendas (hoy un superávit de otras tantas, o así), y la actividad del sector se fiaba a la vivienda de protección oficial, siendo escasísima su construcción sin estar acogidas a ese sistema.

Llegaban estas fechas, abril o mayo, y salía ‘el cupo’, que era el número de viviendas que el estado iba a ‘ayudar’ con subvenciones o quita de impuestos, durante el año siguiente.

Todos esperaban la cifra mágica y se abría una carrera para presentar la documentación y así obtener la protección, con preguntas constantes a Juan Antonio, una gran persona, que era el abogado de la delegación del ministerio en León, para saber si había alguna noticia o filtración.

Y cuando llegaba, los promotores aportaban su solar y nosotros hacíamos los croquis de lo que podía construirse en ellos. Todo junto se mandaba al Ministerio de la Vivienda que mantenía en ascuas al personal por si te llegaba o no la posibilidad de adherirte. Curiosamente yo no sé cómo se las apañaban en el Mopu (Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo), para que siempre hubiera para todos, aunque se hubiera excedido ‘el cupo’, pues siempre dejaban caer una coletilla más o menos así: «bueno, aunque no te hayan dado, hay que esperar, pues luego se hace el recuento de toda España y la sobras de unos sitios se absorbe en los otros que han superado las peticiones». Y siempre había para todos.

Había tres tipos: las ‘subvencionadas’ dirigidas a las gentes con menos capacidad, que recibían una ayuda a fondo perdido de treinta mil pesetas, una cantidad que suponía más o menos el 20% del precio de venta del edificio, luego estaban las de VPO normales y finalmente las de Grupo Primero, que permitía viviendas de mayo superficie para familias numerosas por ejemplo.

Todas ellas recibían las mismas ayudas: Unos créditos al comprador que daban las Cajas de Ahorro primados con una parte que pagaba el estado, y la licencia municipal que estaba bonificada con el 90% del costo (esto se acabó a los pocos años de morir Franco, cuando los ayuntamientos, que ya empezaban a gastar de lo lindo, le dijeron al gobierno que bueno, que quitaban el 90%, pero que se les ingresara aparte de las arcas de hacienda).

Luego había (y aún existen) otras condiciones, como que tenías que mantener la propiedad durante unos cuantos años, que el régimen de precio de venta o alquiler otros tantos más, y que si querías vender a terceros que no tenían derecho, tenías que ‘descalificar’ y abonar todos los beneficios y exenciones que habías recibido.

Claro que había bastante manga ancha… y dinerito negro que corría que se las pelaba.

Con ese sistema se levantó la gran masa de viviendas que la clase media venía esperando desde el final de la Guerra Civil.

No eran maravillosas, pero tenían calidades bastante aceptables, y nadie se preocupaba de todo esto de ahora del aislamiento, las ventanas con rotura de puente térmico y los pavimentos de Porcelanosa; tenías una vivienda y eso era lo importante, lo mismo que tenías un seiscientos en el que iba la familia, la suegra y el perro y llegabas a Benidorm.

Más o menos se venían a construir en la provincia, mayormente en la capital, un millar de viviendas en los años buenos, y un 60% de esa cantidad en las épocas de crisis, que las hubo.

De las ordenanzas de aquellas viviendas de VPO salieron estándares que se han mantenido durante muchos años, incluso cuando ya nadie hacía ‘viviendas de protección’, como la plaza de aparcamiento de 2,20 por 4,50 metros, válida para los coches ‘grandes’ del momento, que en aquel entonces era el 124 o el 1500 de Seat. Hoy eso se ha quedado como cosa pequeña o al menos normal y ya, esas puertas de ‘cinemascope’ y los retrovisores externos, aquellas plazas no dan ni ‘pa pipas’.

Claro que mientras los coches iban aumentado de tamaño, las viviendas fueron disminuyendo. Por aquellos entonces el módulo para cualquier casa que se definiera como tal era de 90 m2 útiles, otro de los estándares nacidos a la sombra de aquella normativa, con salón, cocina dos baños y cuatro dormitorios. Quién lo pillara hoy día, sobre todo después de aquellas famosas ‘unidades habitacionales’ de 45 m2 que la ministra Trujillo puso en circulación, con general cachondeo.

Y conforme aumentaba el nivel de bienestar, las VPO fueron decayendo… hasta desaparecer en la batahola del éxito constructivo y esas cuatro mil viviendas anuales.

Y hoy estamos como estamos, con algo así como cuatrocientas licencias en el último año en toda la provincia, y con la construcción, una de las cuatro patas fundamentales de la economía de los últimos años, que sigue fracturada y rota, que no se ha recompuesto ni se recompondrá, básicamente porque la provincia va a menos, y aunque en el centro siempre habrá ventas, pues oferta y demanda está equilibradas, para la periferia y extrarradio la cosa pinta de otra manera, entre otras cosas porque las entidades financieras aplican para los créditos la misma manga estrecha que se aplicaba antes del bum inmobiliario, dando la financiación a los que la pueden pagar, y no indiscriminadamente (por aquello de que si no se lo daba yo se lo daba el otro). Y así pasó lo que pasó.

En definitiva: que sí, que se levanta el vuelo, más en la costa y grandes ciudades, pero un vuelo cortito. Pero es lo que hay.
Lo más leído