01/10/2020
 Actualizado a 01/10/2020
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Estábamos el sábado pasado sentados en la terraza del bar cuando apareció una ambulancia que venía a la cercana residencia de ancianos. Al rato (un largo rato), salió una médica de la ‘leprosería’ (porque es lo que son los asilos de ancianos: lugares de aislamiento, ocupados por seres estigmatizados por la sociedad, parias que sólo esperan la muerte), y, observando que en las escaleras del bar había varias personas sin mascarillas, (porque estaban fumando, mayormente), nos dice con voz entre suplicante y acusadora: «Pónganse la mascarilla, no saben ustedes la gravedad que tiene lo que está pasando». Luego, con un desdén soberbio, dio media vuelta y se metió en su coche. Por desgracia, señora, sí sabemos lo que está pasando. Parece, sin embargo, que ustedes y los políticos que los mandan, no se enteran de nada y que usan esa soberbia que va implícita en el cargo para acojonarnos sin darnos ninguna solución, que es lo que demandamos desde hace ya siete meses.

Todos, tanto los de la Junta de Castilla y León como los del Gobierno central, andan en este proceloso mar que es la pandemia, más perdidos que un ciego sin perro lazarillo. Además, juegan con nuestro pan, como si ellos tuvieran el poder para quitárnoslo o dárnoslo en forma de dádiva y no del sagrado derecho que tenemos de conseguirlo. Cada uno de nosotros conocemos a gente que se ha quedado en el paro o en el Erte por culpa de las medidas que nos han impuesto para frenar el virus. Gente que las está pasando putísimas, que ve como se está quedando sin dinero para poder atender las necesidades básicas de su familia. Y, en el colmo de la incompetencia, tiene que ver como su petición para cobrar el Ingreso Mínimo Vital (una de las pocas medidas acertadas en todo este tiempo de desbarajuste del Gobierno), se pierde en un piélago de papeleo administrativo. Parece que no hubiese cambiado nada en España desde que Mariano José de Larra escribió aquel famoso artículo de ‘Vuelva usted mañana’. Cuando comparas las medidas que han tomado en otros países con las que han impuesto las comunidades autónomas y el Gobierno central, te entran ganas de llorar. Lugares como Suecia (dónde no hubo confinamiento), o Portugal, o ¡Grecia! y no digamos Nueva Zelanda, casi sin muertos, pasaron la primera ola y pasan la segunda en la que estamos inmersos, con unos datos económicos y clínicos muchísimo mejores que los nuestros. Sólo te queda llorar de impotencia.... Sí, es cierto que los recortes que nos sirvieron para levantarnos de la crisis del 2008 los estamos pagando a un precio altísimo. Aquello fue un atajo y, normalmente, los atajos no te ahorran el camino que tienes que andar. No se puede tratar a los médicos y a los maestros como si fuesen algo secundario en nuestra vida. No se puede pagar a un tipo (o a una tipa), que se pasa estudiando diez años, ¡diez!, una miseria de sueldo. Ese tipo te salvará la vida, tarde o temprano y eso sí que no tiene precio. No me extraña que muchos de nuestros médicos y nuestras enfermeras se vayan a trabajar a Inglaterra o a Noruega, dónde si se les reconoce sus méritos y cobran un sueldo en consonancia. Por desgracia, solucionar este problema llevará bastante tiempo. Pero tampoco se les puede dejar a los pies de los caballos, sin medidas de protección individual, como les hemos dejado durante todos estos meses. Sesenta mil sanitarios infectados y varios centenares de muertos no dejan lugar a dudas de su abandono.

Mientras los pobres mortales nos hundimos cada vez más en la desesperación, nuestros políticos se dedican a discutir entre ellos, en demostrar al contrario, al enemigo, que la tienen más grande que él. La lucha a muerte entre la Comunidad de Madrid y el Gobierno central es la prueba más palpable de ello. ¿Quién lo está pagando?: los madrileños, a los que hemos convertido en la ‘bicha’ de toda esta historia, acusándolos de todo lo malo que sucede en el resto del país. Por lo que me toca (mi nieto es madrileño), no tengo más remedio que encabronarme y sublevarme. Tanto la Presidenta de la Comunidad de Madrid, (una tonta que no sabe como ha llegado a convertirse en la que manda, y con una mala hostia innata), como el Presidente del Gobierno (en lo sucesivo ‘el trolas’), están haciendo pagar a los de siempre, (a los ciudadanos de Vallecas, a los de Alcalá o a los de Aranjuez), sus cuitas y sus batallitas. ¡Hombre, ya está bien! Por una vez en la historia de este país, (o lo que queda de él), atiendan a la gente y olviden, por un momento, su prepotencia y su orgullo.

Madrid no es una «bomba vírica», ni «el sumidero de la economía». Madrid, recordando al poeta, es «el rompeolas de todas las Españas».

Salud y anarquía.
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