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León y el ‘lobby’ feroz

20/03/2023
 Actualizado a 20/03/2023
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Por lo que sea hay una nueva sensación de que León está siendo orillado, olvidado, enmudecido, pero algunos vendrán y dirán que eso es puro victimismo. El asunto del victimismo ha llevado a algunos a no protestar nunca, para no ser tachados de blandos, de lloricas. Pero la historia se va cumpliendo, inexorablemente. Y la realidad se hace más evidente cada día. Vale que somos dóciles, que asumimos, entre la timidez y la humildad, incluso las debilidades que no tenemos. Asumimos demasiado, bajamos demasiado la cerviz, y este es un hecho habitual en la historia reciente. Negarlo es puro cinismo. O bien es mala memoria, que de todo hay.

Vivimos momentos de parálisis, de estancamiento. Me recuerda a aquel Dublin de 1904 que retrataba, lleno de pesar y de rabia, James Joyce. Nos movemos en nuestra propia dignidad doméstica, pero ya ven, ha bastado que el norte se uniera para reivindicar de una vez el maldito Corredor, del que ya hemos hablado aquí, para que de pronto estemos sospechosamente aislados del norte y del noroeste.

Nosotros, que tanto hemos defendido esa mirada, ese territorio, muy por encima de la estepa castellana. Nosotros, que siempre hemos querido hermanar con astures y galaicos, que compartimos el espinazo de los montes, que hemos bregado en las mimas lóbregas profundidades, en el corazón de las montañas, que hemos querido abrazar el mar, siquiera con la mirada lejana, que soñamos en alcanzar los puertos desde el interior y nos bañamos en sus playas. Nosotros, tan del norte, tan del noroeste, oh sí, el noroeste de Antonio Pereira, que tanto me contaba, nosotros amigos de la niebla que tanto nos visita, perseguidos románticos del orballo, soñadores de lluvias que rara vez nos alcanzan, lluvias que se quedan prendidas en las cumbres que pespuntean la provincia. Nosotros, nos dicen ahora, no somos noroeste. No tenemos costa. Aquí no hay playa. Siempre hallan motivos para el no.

Cada vez que suena una trompeta, cada vez que hay un impulso, un salto atlético, un intento de abandonar la parálisis, cada vez que suenan los discursos y se escuchan los claros clarines, la gente se pertrecha para una segura derrota. Somos escépticos por naturaleza, es cierto. Tendemos a pensar que, si algo puede salir mal, saldrá mal, pero la verdad es que la realidad no deja de darnos la razón. Somos enemigos de nosotros mismos, enfrascados en la negatividad, nos dicen, en esa flojera de verlo todo negro, en esa seguridad de la derrota, esa fatalidad que nos cubre la piel, que nos perfuma, esa inminente posibilidad del fracaso que contamos con socarronería, con la ironía del que se sabe vencido, con la retranca que es el último recurso, pero que me digan si no hay motivos. Que me digan si no es una manera de protegerse contra el infinito naufragio. Mejor no soñar, lo sabemos bien. Aquí los sueños, sueños son. O, mejor, pesadillas.

Más allá de cualquier ‘lobby’, feroz o no (y parece que hay tortas para integrarse en los Corredores), existe algo que se llama presencia estratégica. León es una provincia diversa, de considerable tamaño, que disfruta de una situación geográfica absolutamente favorable para ser pivote central de las infraestructuras ferroviarias, también para ser eje en cualquier sistema logístico racional que se precie, y no digamos puerta para la meseta y para el norte y el noroeste. Sin embargo, no es nada de eso. O no lo va a ser. El músculo negociador se resiente. Más allá de las tensiones regionales, de las exigencias de unos y otros, y del poder omnímodo de la presencia marítima, contra lo que, desde luego, no podemos luchar. Pero cualquier vería que una provincia con estas coordenadas geográficas debería resultar mucho más decisiva en la configuración de la península, en lugar de tener que estar, prácticamente, mendigando un poco de participación, aquí y allá, un poco de caso, un poco de atención, como si realmente todo dependiera de la generosidad política, o del azar, o de una buena configuración astral.

Es cierto que estamos en tiempos electorales (aunque ahora la campaña electoral es eterna, no termina nunca). Es verdad que hay intereses políticos en juego, y que en tiempo electoral todo tiene una segunda lectura, todo está sometido a pulsiones diversas y al juego de los equilibrios. Pero nada de eso debe estar por encima de los intereses de la provincia. Lo primero es lo primero. El interés de la política ha de ser el bien de sus ciudadanos, la felicidad de sus ciudadanos, nunca la política ha de ser objeto de sí misma, narrativa cerrada que se retroalimenta, relato circular que no llega a la gente.

Por más que se quiera insistir en que, técnicamente, Castilla y León, o León, ya puestos, no cumplen con la característica de ser un territorio costero, es obvio que hay algo que no termina de comprenderse. Algo no funciona. Hay un evidente apartamiento del proyecto del Noroeste, algo por lo que León ha apostado siempre, para el que es, además, imprescindible, por su ubicación, por su tamaño (afortunadamente, no puede ser arrancado y transportado a otro lugar más distante y aislado: hay que felicitarse por ello), tanto en logística como en gas, y que ahora queda postergado a una segunda fase.

Postergar, esa es una palabra que conocemos bien. La trascendencia de todo esto es enorme. No puede ser minusvalorada. Tampoco podemos escudarnos en la fatalidad, como hacemos a menudo. Porque los transportes son la clave de todo, el ferrocarril de alta velocidad es la clave de todo, los conductos gasísticos lo son, y hay que ver qué pasa con el hidrógeno, cuya interconexión, en el lado atlántico, parece también postergada. Estamos hablando de Europa. Estamos hablando del futuro de una provincia y sí, de muchos lugares empobrecidos de esta región, incluyendo regiones con gran potencial de expansión productiva agraria, como El Bierzo.

En medio del contexto electoral que se avecina, sería bueno que todo este debate no se perdiese en medio de guerras partidistas. Aunque hubiera razones, esas guerras suelen provocar el olvido de lo importante, del verdadero asunto, que pronto se evaporará en luchas bizantinas como lágrimas en la lluvia. Por supuesto que León no tiene costa, ni está bañada por el Atlántico. Eso ya lo sabemos. Pero la negociación tiene que ir mucho más allá. Estamos hablando de un territorio en grave peligro: despoblado, envejecido, con falta de tejido industrial y de infraestructuras de futuro. No estamos para perder trenes: de ningún tipo. Ser vagón de cola, como tantas veces, no es una opción. Los ciudadanos deben exigir ya acciones rápidas.
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