22/03/2019
 Actualizado a 13/09/2019
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Fue emocionante mientras duró.

Todo ese color verde, rojo, amarillo, azul, bajando por la institucional Carrera de San Jerónimo. La procesión, porque eso es, avanza con el sonido melancólico y acuciante de las melodías tradicionales. Yo tengo delante a Juan Vicente Herrera y a Antonio Silván, a mi alrededor a mis compañeros del Círculo de Periodistas Leoneses en Madrid –instigadores de este momento–, el presidente de la Casa de León no está lejos, y después, una ingente marea de leoneses.

Y llega la foto frente a la Puerta de los Leones: la presidenta del Congreso Ana Pastor arranca a leer Los Decreta y los termina el escritor Juan Pedro Aparicio. A un leonés no hace falta que le expliquemos qué son, pero a la gente de Madrid le parece todo esto deliciosamente folklórico –no así el nacionalismo catalán, claro– y hay que decirles que los 13 Decreta son a la Democracia como los Diez Mandamientos a la Iglesia, pero en la Edad Media, laicos y fundamento de parlamentos y constituciones posteriores. En 1188 el rey de León, Alfonso lX, convocó en San Isidoro las primeras cortes democráticas. Y eso celebramos: León, cuna del parlamentarismo.

León, universal (cómo me gusta esto último).

En la foto están también los políticos, una nimiedad. Nimiedad, ¿por qué? Porque hubo un exceso de representación política. Incluso de aquellos que menospreciaron esa herencia histórica valiosísima de las primeras Cortes y envenenaron la relación de León con las provincias de la aún inexistente Castilla –hablo de las preautonomías– y nos convirtieron en la autonomía desalmada –sin alma– que somos hoy como Rodolfo Martín Villa, a quien tenía a pocos metros. Y se echó de menos que los escritores, los artistas, los músicos, los labradores, los regantes, los viticultores, los empresarios... fueran invitados a celebrar este momento. Por eso digo que la clase política –que no olvidemos, se encuentra en campaña electoral– era una nimiedad en comparación con lo que significa que el PUEBLO estuviera por primera vez presente en unas Cortes.

Fue emocionante mientras duró.

Después los pendones recogieron velas, los políticos se esfumaron y los periodistas leoneses nos fuimos a tomar unas cañas a una tasca castiza. Y yo pensaba que todo esto que celebramos es –insisto– León universal. Celebrar la herencia que le hemos dejado. No se trata de nacionalismo ni de folklore. Somos una región melancólica, sí, y generosa también. Regalamos agua y electricidad al resto del país, exportamos talento y emigrantes, y dejamos una gran herencia y no pedimos copyright. Así que nos merecemos este reconocimiento y muchos más.
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