León tiene química

La familia de farmacéuticos Merino inició en el siglo XIX en León el desarrollo de una gran industria dedicada a la Química y la Farmacia de gran relevancia en todo el país. Rocío Rodríguez, delegada técnica de la empresa de Turismo Científico Observer en León, repasa la historia de esta industria en León

Rocío Rodríguez Herreras
01/05/2020
 Actualizado a 01/05/2020
Fachada de la Farmacia Merino con la placa del año de su fundación, en 1827, ya camina para los dos siglos. | MAURICIO PEÑA
Fachada de la Farmacia Merino con la placa del año de su fundación, en 1827, ya camina para los dos siglos. | MAURICIO PEÑA
La historia de la Industria Químico-Farmacéutica de la ciudad de León comienza en los albores del siglo XIX, cuando en 1827 el farmacéutico G. Felipe Merino abre una ‘oficina de farmacia’ en la calle que comunica dos lugares simbólicos de la localidad, la Plaza Mayor y la Plaza de la Catedral.

Relatan los visitadores farmacéuticos de la época que la casa Merino siempre gozó de gran prestigio, debido a la dignidad profesional de su boticario y al buen uso que de la Ciencia hacía.

Tras 20 años ofreciendo sus servicios, la farmacia se traslada a un local más amplio situado frente a la Catedral. El proyecto de la nueva botica fue encargada al arquitecto Juan Madrazo, restaurador del templo, quien diseñó un espectacular techo artesonado con representaciones alegóricas de la Farmacia, la Química y el Comercio y una anaquelería de nogal decorada con 32 columnas talladas con formas de plantas medicinales, inspiradas en la Flora Hispano Americana. Contiguos a la botica, como era tradición, despacho, biblioteca y un pequeño laboratorio completaban la que sería, además de una afamada farmacia, una verdadera obra de arte.

El laboratorio se surtía de drogueros de La Coruña, cuyos productos traídos por arrieros maragatos, tenían un coste elevado, debido en gran medida a la escasez de transportistas. Este hecho, unido a la riqueza de plantas medicinales de la provincia de León, hizo que el propietario de la botica, alentado por su hijo Dámaso, también farmacéutico, ampliara el negocio con un almacén de drogas, que llegó a suministrar preparados medicinales a toda la provincia y a muchos puntos de la geografía nacional. Animados por los excelentes resultados, crean en 1855 la Sociedad G. F. Merino e Hijo.

Años más tarde, en 1864, Dámaso pone en práctica los conocimientos adquiridos en sus viajes por Francia y Suiza, sobre la industria química europea y funda en el barrio de San Lorenzo, cercano a la Catedral, la primera Fábrica de Productos Químicos y Farmacéuticos de la ciudad. En la instalación, que llega a tener cinco edificios y se dota con la más moderna maquinaria, se elaboraba una gran cantidad de productos entre los que cabe destacar las primeras pastillas pectorales de España, distribuidas a todos los rincones del país.Para surtir a la fábrica de plantas medicinales, farmacéuticos y químicos aficionados a la botánica enseñaban a los habitantes de los pueblos a recolectarlas; se dice que incluso el mismo Dámaso Merino recorría las aldeas en las que a toque de campana de Concejo hombres, mujeres y niños salían en busca de flores de manzanilla, rojas amapolas, lirios, valerianas y despojaban a los árboles de sus «amarillentas galas» cuando recogían la «delicada y olorosa flor de tilo»; también la planta de anís, con la que se preparaban esencias, y los frutos del avellano y el nogal de la frondosa comarca del Bierzo, para los aceites. Flores, semillas y frutos llegaban diariamente a la ‘Fábrica Merino’, desde donde se atendían importantes pedidos de droguerías tanto españolas como europeas. Exposición regional leonesaUn hecho que supone un hito para la ciudad y que da idea de la relevancia que había adquirido la empresa propiedad de la familia Merino, es la celebración en 1876 de la ‘Exposición Regional Leonesa’. El objetivo de las exposiciones que en esos años tuvieron lugar en Europa (Londres, 1851) y en España (Santiago de Compostela, 1858) era mostrar las innovaciones científicas y tecnológicas desarrolladas a lo largo del siglo XIX.La que se celebró en León fue promovida por la Sociedad de Amigos del País con la idea de impulsar las Letras, las Artes y las Ciencias y resultó un verdadero éxito. El claustro del Parador de San Marcos se engalanó con cientos de expositores de las 29 provincias españolas que acudieron a la cita. La Sociedad G. F. Merino e Hijo presentó tal variedad de productos, que se editó un catálogo específico para la firma, la cual fue galardonada con una Medalla de Oro entregada por el rey Alfonso XII. En el Museo Arqueológico de León se custodia en recuerdo de tan importante Exposición, una de las medallas acuñada para el evento.

A finales del siglo XIX, Fernando Merino se hizo cargo de la fábrica de su padre, decidió trasladar la farmacia con todo su noble mobiliario a la zona más comercial de la época, en los aledaños de la Catedral y además se embarcó en otra aventura empresarial: la ‘Papelera Leonesa’, que años más tarde albergaría la ‘Fábrica de Productos Químicos Abelló’. El edificio ha sido declarado Bien de Interés Cultural y constituye un buen ejemplo de la arquitectura industrial del pasado siglo. Apasionados de la Ciencia quedan admirados cuando, desde la cercana estación de tren, avistan la imponente chimenea que muestra el año de su construcción, 1900; los dos edificios que la flanquean muestran en sendas placas ‘Productos’ y ‘Químicos’ señalando que, cesada la actividad de la Papelera, una importante industria química allí se instaló.

Sin embargo, la ‘Fábrica Merino’ únicamente se puede disfrutar a través de las imágenes que de ella se conservan. Aunque mantuvo plena actividad hasta los años veinte, convertida ya en ‘Sociedad Leonesa de Productos Químicos’ fabricando además de las famosas pastillas para la tos, éter, cloroformo y el reconstituyente hematol, finalmente cerró y posteriormente se derribó cuando las reformas urbanísticas dieron paso a nuevas construcciones.

Por suerte, la Farmacia Merino sí continúa prestando sus servicios hoy en día. Numerosos turistas se acercan cada día al local, situado en el mismo lugar donde la inauguró Fernando Merino en 1901, la transitada calle Ancha, donde les recibe una espectacular fachada de mármol de Carrara, que sostiene una placa con una inscripción: ‘Fundada en 1827’ en recuerdo de la botica que fue germen de la de la Industria Química y Farmacéutica en León. El interior de la farmacia, regentada desde los años 30 por la familia Alonso, primero el padre y ahora su hija, mantiene el espíritu del fundador, aunando tradición e innovación científica. En el local convive la decoración original, incluidos los maravillosos albarelos o el antiguo escritorio, con la más moderna instrumentación de laboratorio. Valga como ejemplo, nos explica María José, la propietaria «una cabina de flujo laminar con la que se elaboran fórmulas magistrales estériles, como los colirios, que los clientes demandan». Completando el conjunto, un marco dorado encuadra una lámina publicitaria en la que se lee «TOS, desaparece con las pastillas pectorales de G. F. Merino e Hijo», recordando a todos los que se acercan a conocer este pequeño santuario de la ciencia, el origen de la tradición química y farmacéutica en la ciudad de León.
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