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León, sostenible y moderna

01/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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En los últimos días se daba por hecho que la alcaldía de la ciudad de León recaería finalmente en el Partido Socialista, tras algunos vaivenes y recursos en torno a los votos contabilizados en algunas mesas, o, sobre todo, en una de ellas. En las últimas horas, sin embargo, un recurso interpuesto por la dirección nacional de Vox ante el Tribunal Constitucional deja la formación definitiva de la corporación municipal en el ‘modo’ de espera (en ‘stand by’, que se dice a la anglosajona), hasta que, como es natural, ese recurso se resuelva. Más allá de lo que la justicia pueda decidir al respecto, los socialistas se pronunciaron ya hace algunos días sobre cuál sería su primera medida a la hora de gobernar la ciudad, y es muy probable que esa medida, la peatonalización de Ordoño (no sé si total o parcial), habrá generado ya a estas horas muchas opiniones, seguramente a favor y en contra. Algo muy lógico, por otra parte.

Es verdad que no se puede gobernar a gusto de todos, y es muy cierto también que, al hacerlo, uno debe estar lo más cerca posible de la opinión mayoritaria. Finalmente, uno termina siendo alcalde de todos, claro está, aunque habrá algunos que nunca estarán dispuestos a encontrar consensos. Si pasa en la política española, donde cada se vez se agudizan más las diferencias y se hace gala de ellas a la mínima ocasión, imagínense en la política local o regional. Pero la política local es la más grandiosa de todas, aquella en la que el gobernante entra en contacto directo con la gente, a la que se encuentra en la calle a menudo (si frecuenta la calle, algo muy recomendable), y por tanto es la forma de política más expuesta, pero también la que puede proporcionar más satisfacciones inmediatas, pues no hay satisfacción mayor que el deber cumplido para con los conciudadanos.

Las ciudades están en perpetuo movimiento. Nada en ellas es definitivo, como la experiencia demuestra, y a la hora de administrarlas hay que saber combinar con sabiduría los retos de la modernidad con la conservación de las huellas dejadas por la historia. León tiene mucha historia en algunas de sus calles y plazas, qué duda cabe, pero es al tiempo una ciudad moderna (y debería serlo mucho más, añado yo por mi cuenta), y debe servir para que sus ciudadanos vivan de la mejor manera posible en el siglo XXI. Las ciudades históricas, y esta lo es en gran medida, deben velar por el patrimonio, por mantener la riqueza del pasado, su atmósfera, su cultura, por transmitirla a las generaciones nuevas, que merecen conocer qué fue esa ciudad, y qué significó. Pero eso no impide la evolución, al menos en aquellos lugares donde no se daña la historia, y la adaptación también a las líneas que definen la modernización de las urbes en toda Europa. No en vano, Europa contribuyó decisivamente a la mejora de ese entorno urbano en las últimas décadas: algo que, a menudo, se olvida o se pasa por alto.

Sin embargo, hay que reconocer que la peatonalización de las calles siempre ha generado algunas dosis de polémica, y no sólo en esta ciudad, sino prácticamente en todas. Ahí tenemos el debate en torno a Madrid Central, que no es exactamente una peatonalización del centro de Madrid, sino la introducción de un concepto de humanización del tráfico rodado y su relación con las personas, que existe, con diferentes interpretaciones, en otras muchas ciudades europeas. Por supuesto, se respetan todas las opiniones, pero en los tiempos que corren la realidad termina siendo bastante tozuda, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. La contaminación es un hecho comprobado científicamente, no es una opinión. Y tampoco es una opinión el cambio climático, por mucho que Trump insista en desmarcarse, ¡en solitario!, de las políticas del resto de los miembros del G20. Uno puede dar prioridad al desarrollo económico aún a expensas del deterioro ambiental, uno puede abrazar el proteccionismo, lo que sea, pero no por eso va a poder negar lo que científicamente se demuestra.

La contaminación es la consecuencia de nuestra forma de vivir, particularmente en las ciudades, y la causa de que sea necesario limitar el tráfico rodado. Pero hay otras muchas razones para hacerlo. La conservación del entorno, la humanización a la que aludíamos, la creación de espacios de socialización y de ocio, y sí, aunque a algunos les parezca paradójico, la creación de entornos blandos que favorecen el comercio y el negocio. Porque una ciudad también es un contexto de intercambio económico, naturalmente. El miedo a perder clientes porque no pueden llevar su coche hasta las mismas puertas de los establecimientos, o de los lugares de ocio, creo que ya pertenece al pasado. Hay múltiples ejemplos, en múltiples ciudades, que demuestran todo lo contrario. Y donde ese temor existió, hoy no volverían bajo ningún concepto a aceptar una riada de coches en el entorno, junto a los humos, las bocinas y el embotellamiento resultante. En efecto, se trata de crear entornos amigables, bien comunicados por el transporte público (no contaminante, a poder ser), favorables también a la bicicleta y a formas alternativas de transporte individual, que están empezando a hacer fortuna. Lo más útil y lo más sostenible se abrirá camino, no tengan duda. Todos los cambios que nos esperan favorecerán el lado humano, la socialización, el paseo y la conversación. Eso es hacer habitable una ciudad. No sirven tampoco los parches, ni los espacios simbólicos, sino que es necesario que esa evolución humanizadora sea efectiva, práctica, real.

Así que entiendo que la nueva alcaldía (si finalmente se confirma) haya optado por esta primera medida, que por supuesto ya ha estado sobre la mesa en otras ocasiones. Ordoño es la calle emblemática del León moderno, aunque desde luego ya tenga su propia historia. Una gran calle que une la vida ciudadana con la almendra antigua, la gran arteria que comunica con el flamante enlace con el AVE, que nos lleva en tiempo récord a Madrid. De la zona vieja de la ciudad los coches han desaparecido hace mucho tiempo, pero yo recuerdo bien mi infancia y mi juventud, cuando estaba completamente invadida por ellos. Nadie en su sano juicio se plantearía volver hoy a aquella situación. Es necesario pensar con perspectiva. La modernidad da prioridad al ciudadano, favorece el entorno del ocio y el negocio en íntima relación con el paseo, con la vida cotidiana a escala humana, sin humos, sin ruidos, la celebración del contacto con la piel de la ciudad. Y León tiene infinitas posibilidades modernizadoras, si se acometen con buen tino y con pasión.
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