24/11/2019
 Actualizado a 24/11/2019
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Erré en mis cábalas, en mi optimismo de hace casi 40 años. Me creí entonces lo de la autonomía de Castilla y León; incluso ridiculicé en no pocas ocasiones sobre el movimiento que planteaba la autonomía de León solo. Y ya no pienso igual. No porque esté de acuerdo en León solo, la provincia, planteamiento que sigo viendo injustificable. Pero sí porque creo, como la inmensa mayoría, que la región de León, la que forman León, Zamora y Salamanca, ha sido perjudicada con el invento autonómico. Esas tres provincias han ido perdiendo protagonismo, industrias, esperanzas y posibilidades desde 1983. Basta ver las cifras demográficas, no digamos recorrer las comarcas más occidentales del viejo reino para reconocer que toda la franja está en trance de liquidación, ya de pleno situada en eso que se ha dado en llamar la España vacía.

¿Se puede poner en marcha la región leonesa como comunidad autónoma? Es muy difícil, sobre todo porque zamoranos y salmantinos no parecen demasiado interesados en el proyecto. Pero también puede suceder que ese desinterés, que ha durado décadas, ahora sea menor. Y que incluso el inexistente entusiasmo que leoneses, zamoranos y salmantinos sentimos por la autonomía de las nueve provincias deslavazadas en 1983 pudiera ahora trocarse en una curiosidad nueva, en una misteriosa ilusión. La de profundizar en lo leonés, en ese mundo escondido y acallado. Desde la brutal paradoja de que el reino matriz de Castilla y Portugal ni siquiera haya alcanzado la condición de autonomía en la España que surgió de la Constitución de 1978.

León, Zamora y Salamanca podrían configurar una autonomía egregia. Bella, romana, raigal y universitaria. Una comunidad con algo menos de un millón de habitantes que, en evitación de rivalidades entre las ciudades de León y Salamanca, debería mirar a Zamora como capital regional. Porque es más pequeña y porque está en el centro de ese rectángulo lleno de ciudades hermosas, de paisajes bravos, de ríos espléndidos y de comarcas que languidecen a la sombra de la marginación y la palabrería. ¿Por qué vamos a resignarnos al «no es no» permanente? Si ya hemos constatado que no existen los castellano-leoneses, pues o somos castellanos o somos leoneses, ha llegado el momento de hacer legal lo que en la calle en buena medida es real. Eso sí, nuestra autonomía tendría que ser muy austera, muy sobria, muy sencilla. Y seguro que nos llevaríamos muy bien con nuestros vecinos de Castilla; mucho mejor que ahora.
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