27/01/2023
 Actualizado a 27/01/2023
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O a lo mejor no, vaya usted a saber. En el anterior escrito sobre los coches eléctricos, la huella de carbono y todas estas cosas que, hace poquito, cinco años, que no es nada, eran lejanas y casi utópicas, ya comentaba cómo nuestras ciudades, éstas en las que vivimos una buena parte de la población mundial, van camino de una transformación en su uso que, en verdad, no sé dónde acabará.

Pues algo tan sagrado, deseado y significativo como el automóvil, que desplazó a los carros de caballos, después al tranvía y que hizo que las ciudades se diseñaran para los usuarios pero, sin duda, también para él, va camino de desaparecer. Al menos en buena parte de esas ciudades.

Terminaba aquél escrito con una referencia a nuestro municipio, que ha seguido un camino desde luego diferente. No sé si único, no creo, ya que hay demasiadas urbes, no sólo españolas, que vayan por estos derroteros. En todo caso, el asunto bien merece una opinión, no sin antes algunos comentarios sobre lo que se hace y se va a hacer, que, después de leer lo publicado no me parecía muy claro.

La normativa persigue la disminución de emisiones delimitando áreas que le es de aplicación, aunque lo hace de forma relativamente abierta, supongo, quizás, porque hay demasiadas variables de tamaño, orientación, situación, etc. Y eso requiere flexibilidad o, al menos, precaución.

Aquí, ya que no somos Madrid o Barcelona ni por tamaño ni por circunstancias, se han tomado unas medidas diferentes y menos drásticas, teniendo en cuenta que, para empezar, por estar donde estamos, nuestro aire no tiene las circunstancias de aquellas. Por otro lado, no hay que engañarse, la población tiene una edad media bastante alta, tanto que el 40 % de los vehículos ni tienen etiqueta ni la van a tener, lo que implica, con una aplicación estricta, dejar fuera de juego un porcentaje altísimo de coches. Y sí, hay tráfico, pero no es comparable. Si acaso en algunas, pocas, calles.

No se ha definido una zona de exclusión como en las demás ciudades, pero sí que se ha optado por multiplicar las estaciones de medición por todo el ámbito municipal. Con eso, lo que realmente se ha hecho es marcar como perímetro todo el término, garantizando la circulación de los vehículos sin limitación, tengan etiqueta o no, con los límites de velocidad que supuso el LEÓN 30, y la excepción de circulación, claro está, de las zonas ya peatonalizadas anteriormente a la entrada en vigor de la normativa.

Complementariamente se van poner en marcha actuaciones sobre algunas calles con el criterio que se ha definido de «calmar el tráfico», un uso mixto, en el que tanto el peatón como el vehículo convivan en un mismo espacio, con un acabado constructivo similar al utilizado en las plazas de 12 Mártires y Congreso Eucarístico, en el barrio de San Claudio, un acabado continuo adoquinado, con cambio de color para diferenciar las zonas de circulación rodada y las de peatones, una solución con la que, al menos en lo que es mi apreciación personal, aparte de ser más amable que la simple acera con bordillo y asfalto, siempre que he pasado por ellas con en coche, instintivamente, sin necesidad de aviso, he bajado la velocidad. No sé, amigo lector, si eso te sucede a ti también, pero te aseguro que a mí, sí.

Esto se va a hacer también en algunas calles no situadas en el centro, léase calle Ordoño, más alejadas y sin conexión con el centro neurálgico, cosa que me llamó la atención cuando leí la información en los medios de comunicación. No entendí muy bien de qué se trataba, ya que parecía no tener un sentido lógico. Me refiero a Ramiro Valbuena, prolongación de Padre Isla, José María Fernandez y Felipe Sánchez, cuatro calles ‘sembradas’ por aquí y por allá en la ciudad.

En principio pensé que se trataba de actuar en los barrios para hacer ver que no solamente el centro merece el tratamiento, así que hice mis averiguaciones, que para eso uno es lo que es, y, reconozco que quitando Felipe Sánchez, que es un vial entre jardines que efectivamente pide a gritos una ordenación coherente con ellos, las otras tres actuaciones responden al criterio de poner orden en calles que siendo de dirección única, debido a su anchura, tienen dos carriles, con aparcamiento a ambos lados y en doble fila absolutamente desordenado y caótico. La reurbanización, del mismo tipo que el resto, pretende racionalizar la circulación, pero también el uso, eliminando el desbarajuste habitual en que están.

Ya en al menos dos escritos anteriores opiné que era una buena decisión, quizás porque yo mismo sangro por la herida. No es León una ciudad grande, sino del tamaño que permite ir andando casi a cualquier sitio, y, sino, en coche, pero con distancias que, salvo causa mayor, tampoco requieren tiempos excesivos o inasumibles. Quizás una reestructuración del transporte público vendría bien para complementar los traslados.

Así pues, decisión acertada, muy lejos de las más restrictivas imperantes, que, de momento, requerirá una adaptación de los usuarios, y poco más.

Mi única preocupación es que, en la deriva mundial, más bien europea, en estos temas, no se nos obligue a cambiar nuestro criterio, ya sea por aplicación de las normas actuales, o, quizás y más probablemente, por un endurecimiento general a posteriori.

Ya dijo la ministra que los coches diésel tienen el futuro de color hormiga. Lo malo es que es el diésel, la gasolina y, como nos descuidemos, el eléctrico. Vamos que nos van a peatonalizar sí o sí.

Alguien me dirá que a dónde voy, pero, si alguien recuerda el primero de estos escritos, que fue hace ‘sólo’ catorce años, aventuraba que el teletrabajo, los avances tecnológicos y vaya usted a saber qué más (y me temo que ya empezamos a estar en el «qué más»), nos dejarían las ciudades vacías de tráfico, esas ciudades que sí, eran para los ciudadanos, pero diseñadas y urbanizadas para y por el coche. Y a ver qué hacemos con ellas.
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