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León inmaterial

05/02/2023
 Actualizado a 05/02/2023
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Llegan los comicios locales y rejuvenece la comicidad local. Se sacan ocurrencias del fondo de los cajones. Toca ahora el patrimonio mundial de la humanidad del mundo humano. En otras ocasiones he hablado aquí de la tan reputada como pomposa etiqueta ‘Patrimonio de la humanidad’; me ahorro, pues, la matraca teórica y nominativa. Vuelven nuestros munícipes a darla, sin embargo, a propósito de la cita electoral recordándonos que otros sí son de ese club y nosotros no. Y, por supuesto, lo merecemos ¿Quién, aviesamente, afirmaría lo contrario?

Quizás sigan poniendo trabas a reconocernos como mundialistas por lo que propongo una sutil variación, detalle menor pero puede que decisivo. Ya sabrán que dentro de ese reconocimiento hay clases; la más moderna es el patrimonio inmaterial, que ya incluye el espeto malagueño o el toque de campanas y ha de hacerlo en el futuro con el cocido maragato, pese a su probada carnalidad. Hablamos de una vitola con futuro: no compromete grandes inversiones de conservación y apenas molesta a constructores y consejerías; todo son ventajas.

Por esos y otros motivos, propongo que nuestros mandatarios soliciten la declaración de León como patrimonio inmaterial de la humanidad. En realidad es esta una ciudad de propósitos y realizaciones intangibles, de manifiestas inmaterialidades. Se enorgullece de virtudes espirituosas en el caso del Húmedo, lugar etéreo como visión etílica que, a la mañana, con el sol recién puesto, se transforma en barrio zarrapastroso repleto de solares y ruinas, edificaciones intangibles de un distrito caliginoso. Esta semana se vino abajo un trocito de ese futuro patrimonio mundial en pleno Camino espiritual y a pocos metros otro pedacito se apuntala a lo bruto antes de que aplaste a algún humano peatón de la humanidad.

La ciudad se da pisto con una catedral que cuajó el sueño gótico del siglo XIX y saca pecho por un copón que no necesitaba alcurnia pero se le buscó una tan palpable como las filacterias de un ángel. Se vanagloria también de una entelequia parlamentaria que tiene que ver con el parlamentarismo moderno tanto como la democracia griega con la actual. Mientras se pudre el teatro de la ciudad, esta se representa a sí misma en escenarios incorpóreos.

Tiene el paisano querencia a lo irreal, sea de rumiar o de soslayar. Así, de pronto, el leonés, idioma impalpable donde los haya, que por no contar no cuenta con cuerpo místico pero sí con sanedrín. Se propone ¡y se aprueba! –¿qué no se aprobaría en campaña de tan larga distancia?– la transubstanciación de todo documento no oficial a la nebulosa lengua de Ordoño. Atención: siempre y cuando no cueste dineros tangibles. Como si trasladarlo no costase el tiempo de alguien y la paciencia de todos. Seguimos incorpóreos y patrimoniales como un refrán a destiempo. En resumen: la declaración de León como patrimonio inmaterial permitiría más cargos sin cargas, la materia oscura de toda la vida.
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