Imagen Juan María García Campal

Lentos, enriquecedores días

19/10/2022
 Actualizado a 19/10/2022
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Empiezo a escribir en dominical anochecer. Lo hago en mi Bocamar de retiro, reflexión y apreciación de las bellezas que ofrecen su río, su ría, su mixtura de mares –la mar, el mar– y los viejos y embosquecidos montes que, aun su suavidad, rotundos se quiebran en escarpa, al hacerse acantilado que al mar abraza, que de la mar recibe su beso intermitente mas continuo; los mismos paisajes que ahora son sombras, brillos, rumores de bosque y mar. Ese bosque que en la noche habla, rumorea con la mar. Ese mar que ya, a la mañana, la ondulada ría decía en avivada marea. Vivacidad que comprobé en su ronco cantar, en su impetuoso oleaje, en su festivo chocar –recordatorio de fuegos de artificio– contra las rocas y el malecón. Como que a los cielos reclamase otoño, como que, cansado ya de ser recreo, quisiese volver a tan solo ser creación continua, recreación, espacio de faena, paisaje de callada contemplación. Y todo, mientras el viento terral ahuecaba sus ondas remarcándolas aún más.

Dos eran las dudas que reflexión me exigían: una, si a esta edad y en esta realidad no debería renunciar a las utópicas ideas que son brújula de algunos de mispensamientos y actos; otra, la sempiterna vacilación sobre la utilidad y conveniencia de mis escrituras, de este continuo develarme en mis renglones de varia longitud.

Fueron mis paseadas lecturas y contemplaciones las que me ayudaron a despejarlas.

En la mañana del lunes, lectura me regalé en el emboscado refugio que para mí es estudio al libérrimo y marítimo aire. Fue allí, al levantar la mirada entre dos poemas de ‘Un árbol que tiembla’, de Isabel Marina –qué mejor forma de celebrar el Día de las escritoras–, y enfrentar la inmensidades de cielo y mar que me regalaba el horizonte, donde reparé en que, aunque como él la utopía siempre me será inalcanzable, no por ello me inmovilizaré ni desmovilizaré en su búsqueda. Cómo hacerlo además cuando, a las pocas páginas, en su poema ‘Un imposible’, descubro y aprehendo en consoladora belleza la verdad de que «Tarde o temprano / habremos de aceptar / que nosotros también fuimos / un imposible». Cómo entonces, pares, cesar en su búsqueda.

Y al ocaso, ante la contemplación de un cielo de belleza digna de la sensibilidad y los pinceles de Juan Rafael Murciego, cómo desesperar de que una frase o renglón corto propio justificado quede «si provoca una mínima y ajena emoción».

Ya ven, tres días –remato en martes– para contarle algunas de mis cavilaciones en estos lentos, enriquecedores días.

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!
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