Leer la Biblia

Miguel Celemín Matachana
08/02/2020
 Actualizado a 08/02/2020
De vez en cuando los medios de comunicación se ven obligados a recoger noticias sobre el considerado «más leído libro en el mundo». Resulta curioso, sin embargo, observar que esas referencias mediáticas a la Biblia están frecuentemente asociadas a personajes cuya notoriedad evidencia que no se la habían leído con anterioridad a que esos medios informaran al respecto.

En la mañana del 28 de enero de 2020 escuché en la Cope que el presunto asesino Igor ‘El ruso’ estaba leyendo la Biblia. Anteriormente, supe también –no recuerdo cómo–, que Luis Roldán, exdirector general de la Guardia Civil, condenado por los delitos de malversación, estafa, cohecho y cinco más contra la Hacienda Pública, también había empezado a leerla cuando ingresó en la cárcel de Brieva (Ávila).

Dios sabe por qué razón hizo que las dos citadas personas leyeran la Biblia cuando ya habían cometido delitos que es muy probable que no habrían tenido lugar de haberlo hecho antes. Porque quien lee la Biblia, a poco interés que ponga en ello, descubre enseñanzas de gran utilidad en la vida; enseñanzas que colocan al lector en las antípodas de tan deleznables conductas.

Son las enseñanzas bíblicas las que conducen a llevar una existencia digna de ese nombre y que, para abreviar, podrían ser resumidas en el ‘tria juris precepta’ del jurista fenicio Ulpiano que vivió en el s. III: «Vivir honradamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo que le corresponde». Por cierto, que tan valiosos consejos están bordados en un repostero que cuelga de la pared de la sala de vistas de uno de los Juzgados de León.

Quiero aprovechar para ‘dar un consejo que para mí sí tengo’ y es que, quien quiera comprobar cómo le cambia la vida si lee la Biblia, vaya recogiendo, en las páginas en blanco que hay al principio y al final de los libros, las numerosas frases en las que se habrá detenido porque ha descubierto una sabiduría valiosísima. Tenerlas todas juntas no sólo le permitirá ‘refrescarlas’ periódicamente; también le ayudará a realizar la necesariamente pausada y prolongada lectura que tan buen libro requiere.

Estoy finalizando la lectura del Apocalipsis, último libro de la Biblia que me queda por leer, y ya son siete las hojas en blanco que he ido rellenando con esas frases que sirven para ‘recorrer la vida’ de acuerdo con unos principios que son los que han permitido a Occidente ser luz y guía de la civilización que, como toda obra humana, también tiene sus sombras. Siempre me llamó la atención la invariable presencia de la Biblia en la mesita de noche de los hoteles –fuera de España–, en los que me alojaba en mis viajes de los años 90, como lamento ahora que ya no sean tantos los que siguen tan buena práctica. Desde luego, en ninguno de los que me he alojado en España he encontrado la Biblia, como también lamento que dicho libro no sea de obligada lectura en las escuelas e institutos de la misma forma que se propicia –¿propiciaba, tal vez?–, la lectura del otro libro más leído: ‘El Quijote’.

Es un buen momento el que vive España para constatar ‘dónde hemos llegado’ por haber ignorado esas reflexiones que ofrece la Biblia, síntesis, en mi opinión, de la importancia que tiene la educación; esa que, en manos de políticos, de uno y otro signo, ha sido utilizada en perjuicio del activo más importante que tiene una Nación y que no es otro que la formación de sus ciudadanos. Hasta que veamos sacar la educación del ámbito político, me despido recomendando a los padres que fomenten la lectura en sus hijos, y sobre todo, que se esfuercen en enseñarles a leer la Biblia.
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