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Lecturas de agosto / 1

10/08/2020
 Actualizado a 10/08/2020
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Aunque la realidad da para mucho, con tramas que bien podrían pasar por novelescas, si no fueran ciertas o al menos aproximadas, hay que reconocer que agosto es de por sí un mes para escapar del bucle en el que al parecer estamos metidos de hoz y coz. Pero, aunque la realidad no fuera tan densa y tan atosigante, como sin duda es, aunque estuviéramos libres de pandemias y de novedades de todo tipo que nos asaltan en cada telediario, agosto mantiene un espíritu de liberación del que no puede presumir el resto del año, y por mucho que ahora nos quieran atentos y preocupados, siempre dispuestos a la tensión, al miedo, e incluso prestos a ejecutar la oscura sementera del odio, la verdad es que uno puede zafarse del autoritarismo palabrero, y gozar de la lectura de libros, novedosos o no, apartando en lo posible de nosotros este cáliz, como decía el poeta, esta amargura infinita que nos envenena, dándonos al placer secreto de la cultura y de las ficciones, dejando de lado por unos días los escombros de la vida cotidiana.

No hay mejor lectura veraniega (y, ya puestos, puede que tampoco invernal) que el Quijote. Uno está acostumbrado a devorar las novedades, de las que hay que hablar y escribir, pero el Quijote es mástil seguro al que atarse en medio de la tempestad creciente. Ya sé que no todos se atreven, incluso sin haberlo catado. Por eso, con días por delante, es trabajo que derivará en seguro placer a las pocas páginas, si uno se deja querer por la historia (sólo conocida en líneas generales) y si no opone resistencia al fluir de los capítulos, que se asemejan a un río caudaloso lleno de sorpresas y de risa, por más que el libro sea amargo y duro, incluso brutal, en muchos tramos. Hay una vida real y otra imaginada, pero ambas se dan la mano, y componen así la moneda que lanzamos al aire al nacer. Es necesario que ambas caras formen parte de nuestro viaje impredecible, trufado de tragedia y de comedia, y está bien que así sea, pues sin ensoñación el ser humano no podría realizar grandes cosas ni resistir la angustia de estar vivo.

Así que he vuelto al Quijote, la más fácil de las terapias. He vuelto sin libreta para tomar apuntes y con espíritu veraniego, ya digo, porque, más allá de la devoción, la profesión me llevó a él en varias ocasiones. Hace años, por ejemplo, por cuestiones académicas, tuve que escribir sobre las traducciones más recientes que de esta novela se han hecho al inglés, alguna muy notable. Hay abundantes estudios sobre las múltiples traducciones del Quijote a la lengua de Shakespeare (con Cervantes no han escatimado esfuerzos, la verdad), empezando por la primera de todas, la de Thomas Shelton, al parecer conocedor de España y desde luego del español, publicada, en su primera parte, en 1612, aunque basada en la edición de Bruselas de 1607.

De las muchas traducciones de esta novela a la lengua inglesa que han conocido los siglos pasados, hay algunas, demasiadas, que no logran transmitir el humor y la ironía de Cervantes (fuera leonés, gallego, manchego o de la comarca de Sanabria, por no citar otros lugares que se atribuyen su nacimiento). Otras abundan en errores, hacen desaparecer frases incómodas, ya sea por el lenguaje o por el contenido, y algunas, en efecto, brillan. Hasta que a partir de Jarvis se entra en una moda de traducción solemne, aburrida, puritana y políticamente correcta, que acaba con todo el significado de la obra y hace pedazos su gracia. Creo que ese es también el problema de la traducción de Cohen publicada en Penguin, una versión bastante correcta de 1950, pero excesivamente contenida y carente de gracejo. Y así lo cree John Rutherford, traductor de la excelente edición de Penguin publicada en 2000, con quien tuve la oportunidad de comentar largamente algunas dificultades de la traducción, desarrollada en su mayor parte en la localidad lucense de Ribadeo. Su mayor interés residió siempre en preservar todo el humor posible.

Afortunadamente, nosotros podemos acudir al original, que para mí es el mayor de los placeres. Y en ello estoy. Y si los muy jóvenes no lo creen así, porque las expresiones de la época les complican la vida, siempre tendrán la traducción al español contemporáneo de Andrés Trapiello (Destino), donde las diferencias con la lengua de Cervantes existen, qué duda cabe, porque de eso se trata, de facilitar la lectura a los que puedan encontrarla tan árida que no se acerquen a ella, y, por no hacerlo, se pierdan tan hermoso festín.

En estos días de agosto, sin embargo, he acompañado mi lectura del Quijote con la lectura, digámoslo así, realizada por José María Merino. Son muchas las glosas e interpretaciones sobre el Quijote, como el propio Merino dice en su estupendo libro (también estupendamente ilustrado), donde no faltan detalles bibliográficos y alusiones a estudios relacionados, pero ‘A través del Quijote’ (Reino de Cordelia) supone una experiencia gozosa, un marco ideal para ir siguiendo el libro cervantino, y para leer ambos simultáneamente, como es mi caso. Merino, tan cercano a Cervantes como creo que son casi todos nuestros escritores leoneses, hace aquí un viaje de la mano de los profesores Souto y Celina, incluyendo variaciones (microrrelatos, tan queridos por el autor), ensoñaciones, visiones, y guiños tan humorísticos como los del original. Por estar, está hasta Sabino Ordás.

Hace unos meses me encontré con Merino y hablamos ampliamente, divertidamente, de este juego suyo de encuentro con el Quijote. «Estoy fascinado con esta relectura», me dijo. «Yo creo que la literatura es la manera de viajar en el tiempo. Y el Quijote es un buen ejemplo. El Quijote influye en la literatura rusa (‘La hija del capitán’), y por supuesto en la literatura inglesa. Pero es que ‘La guerra de las galaxias’ es una novela de caballerías, lo he dicho más veces. He querido hacer un homenaje a nuestra gran novela, volver a mirar a esos requiebros que Cervantes hace a su propia realidad, y, de paso, el libro es también un homenaje a sus ilustradores».

Otro librito excelente, muy oportuno, me acompaña también. Es ‘El encuentro’, de Jesús Ruiz Mantilla, publicado por Galaxia Gutenberg. ¿Qué encuentro? Pues esa ficción en la que tanto hemos pensado y sobre la que algunas veces se ha escrito: el día en el que Cervantes y Shakespeare se conocieron (si eso hubiera ocurrido) en Valladolid. Mantilla logra una conversación espectacular. Hace poco celebrábamos el 400 aniversario de ambas muertes (casi simultáneas). Hoy, en medio del mes de agosto, pienso en cuanto placer nos dan en estos días confusos y llenos de perplejidad.
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