15/07/2022
 Actualizado a 15/07/2022
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Por algún motivo que desconozco, quizás me venga de familia y de la relación de mi padre con los coches, las matrículas siempre me han fascinado. Cuando era pequeño tenía la necesidad de ir cantando cada una de las que me iba encontrando mientras iba de viaje. Contra todo pronóstico nunca se me arrojó por la ventanilla del asiento de atrás.

Después, cuando llegábamos a destino, una de las cosas que más me fascinaba cuando nos íbamos de vacaciones era encontrarme una matrícula de León tan lejos de casa. Me parecía cosa de brujas la simple posibilidad de que algo tan cercano a mí pudiera encontrarse a 800 kilómetros de allí, como si fuese yo el único que tenía derecho a salir de la provincia. ¿Y si nos conocíamos y no nos íbamos a enterar?

Con la aparición de las ‘nuevas’ matrículas (y lo pongo entre comillas porque he tenido que consultar el dato y se cambiaron hace ya 22 años, qué vejez) se perdió un poco la magia de aquellas investigaciones, aunque a día de hoy los ojos se me van a la banda que dejan algunos concesionarios y que muchas veces delatan el origen del vehículo.

El caso es que por suerte o por desgracia, porque seguramente a más de uno le hubiese gustado quedarse bastante más cerca de los suyos, en cualquier rincón del mundo al que viajes no vas a tener que rascar demasiado para encontrar un leonés o con lazos con la provincia.

Esta semana conozco casi a más gente que está en Nueva York, Maldivas o el Caribe de la que se ha quedado por aquí, cosas de las bodas (les remito a la columna de la semana anterior) y prácticamente todos ellos aseguran haberse cruzado con un paisano. Sería mucho más fácil si llevaran matrícula, pero pregunten siempre, no se vayan a sorprender.
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