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Las rotondas no son la panacea

17/12/2021
 Actualizado a 17/12/2021
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Hace unas semanas, pocas, se inauguró Decatlhon, y la ronda, en la rotonda de acceso, se colapsó. Por pura casualidad, allí me pilló. Cosas de las circunstancias y… de las rotondas.

Por decirlo de alguna manera, la rotonda, ese elemento urbano que ha florecido, y sigue floreciendo, en nuestras ciudades (y carreteras) cual margarita primaveral, ya estaba en nuestro ambiente desde siglos atrás, solo que antes se llamaban glorietas o, incluso, plazas. La glorieta de Santo Domingo antes era la plaza de Santo Domingo. ¿O no?

Otra cosa es que su uso como ordenador del tráfico las haya puesto en el ‘candelabro’, tal y como dijo una eximia modelo de Valladolid.

Además, ahora, se llaman «rotondas», o «redondas», o, como en Andalucía, que para eso son como son, que las llaman «reondas».

Dice la historia que las inventó un francés, allá por los principios del siglo pasado, aunque su verdadera explosión vino de mano de los ingleses, que las empezaron a instalar por todas sus carreteras, en una época en que les dio la furia de investigar cómo demonios arreglar el tráfico en la Gran Bretaña, un país con una red viaria con muchísimos kilómetros, muy transitados y muy antiguos, además de circular por la izquierda al contrario de todo el mundo (como siempre). Y dieron con la glorieta, rotonda o como se le quiera llamar, como solución para sus problemas.

Por estos lares la cosa fue bastante más lenta. En mi caso, el primer contacto con una fue en Pamplona en los años de maricastaña. Recuerdo que iba a ir por allí donde tenía una hermana estudiando, conduciendo el coche de mi padre, y me advirtieron: «Ten cuidado con las plazas en Pamplona (entonces aún eran plazas), porque cuando entres en ellas la prioridad no la tienes tú, aunque lo hagas por su derecha, y te ponen unas multas que te vas a enterar».

Y ahora por todos los lados están, por todo el país, por todo el orbe, a veces de forma excesiva, convirtiendo la conducción en un mareo de medios giros y culebreos. Además, y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (y el Bernesga por León, que no vamos a ser menos), no solamente se han usado para regular el tráfico, sino también como plataforma y base de multitud de elementos y esculturas que, en muchos casos, han servido para ayudar a amiguetes, con resultados más que dudosos. Por no herir sentimientos cercanos, recuerdo una en Menorca realizada con un grupo de tubos de plomo de unos 8 metros de longitud, aproximadamente rectos pero no tanto, que, naciendo juntos de suelos se abrían cual flor en el espacio, y que, por su propia forma, el vulgo, siempre inteligente, la bautizó como ‘el escobajo’. Claro. Y lo malo es que, por lo que sé, allí sigue, cumpliendo lo primero, el amiguete, y resultando, cómo no, lo segundo. Pero esa es otra historia.

Porque realmente es un buen elemento como ordenador del tráfico, dejando aparte que los usuarios o no saben o no quieren saber cómo se circula, cómo se entra y cómo se sale. Pero tienen sus limitaciones, que, en muchos casos, se han resuelto con imaginación y buen resultado (por ejemplo cuando en una vía exclusiva se permite pasar de un vial al siguiente sin entrar en la corriente general de circulación), y otros no tanto, con soluciones delirantes de agrupación de glorietas menores en el perímetro de la mayor, o auténticos laberintos que, vistos desde el aire, más parecen una obra pictórica de ‘pop-art’, con el consiguiente lío para los usuarios.

Han funcionado bien, sin mayores florituras, mientras la circulación de todos los sentidos que confluyen en ellas estén más o menos equilibrados, o, en cualquier caso, no haya uno que tenga un caudal de vehículos muy superior a los demás.

Entonces, y sobre todo, si ese flujo de vehículos gira en la rotonda a la izquierda, colapsa instantáneamente la circulación de todos los demás carriles que puedan acceder a ella.

Entonces, la solución se convierte en un problema aún mayor que si no hubiera rotonda, porque valen para lo que valen, no valen para todo, aunque indiscriminadamente se hayan sembrado para solventar todo aquél punto de confluencia de viales. No siempre son necesarias.

No, no son la panacea, aunque, en general, funcionen bien. Aunque, a veces, no.
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