01/07/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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La columna de hoy no será literaria ni hablará de política; pero sí de educación y convivencia. El Bernesga y el Torío, a su paso por León, dan para una buena reflexión. A la vera de ambos ríos conviven peatones, ciclistas, corredores, perros con dueño y, si es fin de semana, los restos del botellón de la noche anterior. Resulta interesante presenciar la escena desde cualquiera de los puentes que se elevan sobre el Bernesga, o desde alguno de los miradores que hay en Papalaguinda o la Condesa. Formar parte del cuadro es atractivo, aunque a veces no tan divertido. Algunos ejemplos.

Perros sueltos que se cruzan en el camino de algún ciclista, y a los que sus respectivos dueños regañan como si fueran niños de conducta inapropiada. Ya sabemos que los canes son inteligentes, pero no dejan de ser animales; por mucho que sus amos se empeñen en querer tratarlos como a personas. Y bien está que tengan un lugar de esparcimiento, como indican los carteles que así lo permiten. Pero, del mismo modo que los dueños tienen la obligación de recoger los excrementos (cosa que no todos hacen, como revelan las suelas de muchas zapatillas), también tienen el deber de tener un control sobre ellos a sabiendas de que sus reacciones no son racionales.

Ciclistas que circulan a toda mecha, y sin respeto, por la zona designada a peatones; paseantes que deciden transitar por el carril bici. Quizás porque el color que lo distingue resulta más atractivo, o porque, según a qué horas, da más la sombra. Corredores que van por el verde para que sus articulaciones sufran menos, pero que también corren por el carril bici o la zona peatonal. Cascos de litronas desperdigados por el césped, o por donde caigan, después de ser lanzados al aire tras una noche de fiesta y ninguna consideración por los que, al día siguiente, deciden tener una actividad más cívica y saludable. Muchos hicimos botellón en nuestra juventud y, aunque no reciclábamos, al menos tirábamos los restos al contenedor.

El margen del Torío también tiene su aquel, un carril bici sin asfaltar, con exceso de grava y piedras en ciertos tramos, así como plantas (creo no son carnívoras) que lo invaden en algunas partes. Bicicletas no aptas para circular por él y peatones que se enfadan por ello, como es lógico. Algunos de esos luego no respetan el carril bici en la orilla del Bernesga, paradójico.

Claro que alguna que otra vez no he sido un ciudadano modelo. Eso sí, cuando alguien me lo ha recriminado, me la he envainado. Chucho no tengo.
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