24/05/2016
 Actualizado a 15/09/2019
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Cuándo algunos éramos adolescentes se cursaban seis años de bachillerato, más un curso preuniversitario, todo ello desde los 10 a los 17 años. A final de cada curso siempre había que examinarse de toda la materia y, además, había que hacer dos reválidas, más la llamada prueba de madurez, si se quería entrar en la universidad. En la reválida de cuarto había que dar cuenta ante profesores ajenos al propio centro de todas las asignaturas de los cuatro años, y en la de sexto de lo todo estudiado en los dos últimos cursos. Y, si no aprobabas, ya no podías seguir adelante. Había que estudiar mucho y, además, no olvidarlo.

Eso sí que eran reválidas y no esas pruebas que ponen ahora, a las que muchos, desobedeciendo la ley, ni siquiera se presentan, sin que ello tenga consecuencias. Todo aquello despareció con la Logse y, a partir de entonces, los profesores han estado prácticamente obligados a pasar a la gente de curso incluso con varias asignaturas suspensas. Lo triste es que ahora da la impresión de que se no se estudia para saber y guardar en la memoria, sino para olvidar. Si hoy se volvieran a hacer las reválidas al estilo de antes lo más probable es que muchos centros de enseñanza quedarían casi vacíos.

No se puede decir que los chicos de ahora sean más tontos o peores que los de otro tiempo. No es culpa suya lo que les ocurre. De hecho manejan con mucha soltura el móvil, el ordenador, o los instrumentos musicales… Pero el actual sistema educativo ha conseguido que en su formación haya enormes lagunas, un déficit cultural, una ignorancia de temas básicos y elementales, que es más que preocupante. Ya no puedes dar por supuesto que saben lo que hace algunas décadas era normal que supiéramoschicos de su edad.

Lo peor de todo es que, aunque aparentemente tengan más espíritu crítico por eso de quete llevan la contraria en casi todo, son muy manipulables por influencias ajenas a la enseñanza escolar. Influye en ellos mucho más la cizaña que otros siembran que las ideas sensatas que se pretenda inculcarles. Ciertamente como futuros votantes serán las víctimas ideales o los mejores clientes para los políticos demagogos y populistas. En todo caso abundan en España las personas adultas cuya situación no difiere demasiado de estos adolescentes y jóvenes incapaces de superar una reválida de las de verdad. De lo contrario no se explica de dónde pueden salir, por ejemplo, esos cinco millones de españoles capaces de apostar por quienes pueden llevar a España a la ruina.
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