Las puertas del tiempo

Bruno Marcos escribe sobre las más de cuatrocientas fotografías de puertas de la ciudad que Javier Ordás lleva realizando desde 2017

Bruno Marcos
21/07/2022
 Actualizado a 21/07/2022
La zapatería Labradores. | JAVIER ORDÁS
La zapatería Labradores. | JAVIER ORDÁS
En el trabajo fotográfico que Javier Ordás lleva realizando desde 2017 y que ha ido exponiendo desde 2019 en Instagram, vemos, en rigurosa frontalidad, más de cuatrocientas puertas de nuestra ciudad, casi todas clausuradas; puertas que han dejado de ser sólo puertas para ser también imágenes. En ellas está su pasado, lo que fueron, y la huella del transcurso del tiempo pintada por la lluvia, el hielo, el sol, el vandalismo o los grafitis.

Estas fotografías tienen mucho que ver con la mirada del transeúnte rutinario, con el que va a pie obligado por las mismas rutas urbanas, el que atraviesa una ciudad que no le gusta demasiado pero que no deja de observar, de incorporar a su historia personal como una colección de extrañezas visuales. También se podrían asociar al paseante que recorre las calles sin rumbo fijo, el mirón, si se le quiere dar una genealogía pedante se puede decir que estas instantáneas están emparentadas con el flaneurismo de Baudelaire o con aquel Cortázar parisino que se paraba ante una valla publicitaria para arrancar a jirones, uno por uno, carteles que anunciaban conciertos de jazz, deshojando el palimpsesto de los hechos pasajeros, los anuncios de lo que pasó hace mucho.

El canalón roto a media pared donde el musgo colorea su propia mancha verde, hierbas vagabundas, flores solitarias entre el cemento quebrado, rejas antiguas con adornos artesanales y las más nuevas industriales torcidas, escaparates tapados con papeles o pintura, toda clase de desconchones o grietas, vanos tapiados en fachadas en las que lo más reciente es el enlucido que sepulta el local… A veces los comercios retratados siguen anacrónicamente abiertos y son como museos de sí mismos: zapatería Labradores, La boutique de la zapatilla, el Kiosko Mickey Mouse… y entonces son los primeros pisos los que sostienen la desolación con sus carteles en los que pone: «Se vende». Carteles ya viejos que demuestran lo contrario que anuncian, que no se venden. Y grafitis y más grafitis, como una lluvia más, como una salpicadura de rotuladores, tristes, aburridos, ilegibles… más como un pequeño grito desesperado o el mensaje de un náufrago que otra cosa; no se entienden pero pone: «Estuve aquí, pasé por aquí, yo también existí, no tenía nada mejor que hacer». Además están los rótulos comerciales, esas palabras paradas en su propia exclamación, alardes tipográficos obsoletos hechos de colores vivos, nombres exultantes, evocadores, cercanos o simpáticos a los que se les van cayendo partes. Javier Ordás lleva tiempo también, junto a Txema Ramos, coleccionando letreros pasados de época: Equilibrio, Spress, Aristos, Peluquería Merche, Frutas Lumi, Comestibles Villadangos, Cafetería Rey Verde… Recuerdan a la película de Basilio Martín Patino ‘Paseo por los letreros de Madrid’, un raro film único en que se retrata la ciudad con la sucesión de este tipo de carteles.En su conjunto, se contempla en esta larga serie fotográfica un extenso obituario al pequeño comercio, a los establecimientos en los que cada tendero era de su padre y de su madre, siendo raro el que era amable pero donde se aprendía mucho sobre el género humano. En este aspecto, esta serie es hermana de otra que hiciera el fotógrafo Pablo García de locales comerciales clausurados a consecuencia de la crisis económica de 2008.

Las puertas han sido siempre mucho más que un simple elemento arquitectónico que conecta la calle con las viviendas o locales, más que un instrumento de uso por el que se pasa de una habitación a otra. En el lenguaje poético o hasta en el sagrado, las puertas tienen un valor elevado, asociado incluso al cielo o al infierno; son algo simbólico y ocupan uno de los lugares más prestigiados entre las palabras. Aquí vemos, en este gran repertorio de ellas, un retrato de la ciudad empastada de tiempo, códigos visuales construidos de manera doméstica, inconsciente y colectiva, capas superpuestas de lo bonito y lo feo; damos un paseo con los ojos por lo ocasional que dura más de lo previsto y que narra la historia de las calles mientras no llega la demolición.
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