08/02/2023
 Actualizado a 08/02/2023
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A veces nos engañamos o nos dejamos engañar. Decía el filósofo del pesimismo Schopenhauer, el de ‘La Vida es Bella’, que una necedad reiterada acaba pareciendo una certeza. Y para la política, «difama, que algo queda». Tanto en un caso, como otro el medio por donde la basura viaja es por la red. Que no es la panacea.

Ya no se escriben cartas y en los buzones reina la oscuridad. Acaso alguna misiva del Ayuntamiento o Hacienda para sacarte el dinero.

Vas al bar y como pagas con tarjeta, no dejas propina. Una forma indolora de pagar que te lleva a gastar más de lo que puedes. La propina –aclaro– era el dinero que se daba «pro pinare, para empinar» el porrón o la bota.

Mas para propinas no muy merecidas, las de mi madre cuando acabado el curso, me embarcaba en alguna aventura. Ella me decía: ¿Cuánto dinero necesitas? A lo que yo decía: «Pues no sé». Y ella me daba mucho más de lo que yo pidiera, para asegurarse que no me faltaría de nada.

Para conocerme, fui a Portugal un 25 de abril, en plena Revolución. Grandes manifestaciones, nunca vistas, en las que participaba. Y un aire desconocido de libertad. Aparte de otros lances, nunca olvidaré el susto que me llevé cuando un batallón de soldados, procedentes de Angola, saltaron desbocados del tren. A punto estuve de caerme del banco, de la estación donde pernoctaba. Otro mal trago, cuando, me pillaron en la aduana con un fajo de panfletos comunistas.

El siguiente verano por ser menos gravoso, miré hacia Europa, pero llegado a Burdeos me enrolé en la vendimia. Hice amistades, perfeccioné el idioma y gané mi primer salario que me permitió alargar mis viajes.

Para ser sincero, esta experiencia me producía un profundo malestar. Mientras yo estaba ahí como aficionado y ganar un sueldo para dilapidar, conocí familias que penaban para subsistir el resto del año. Algunas pasaban más tiempo recolectando que en sus casas.

Al llegar a España todo era tan barato que, dada la penuria de los bares europeos, me detuve en Irún para tomar un cubata. Y mientras el camarero lo servía, pronuncié unas palabras, nunca oídas en toda la UE: «Para, para… adónde vas». Porque España, todavía, es diferente.

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