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Las presencias ausentes

16/12/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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Las presencias ausentes rebosan de fotos en blanco y negro las cajas de zapatos. A veces cubren las paredes del salón o llenan algunas estanterías, refugiadas tras inútiles figuritas de porcelana que estornudan cubiertas de polvo.

Las presencias ausentes están en las colchas tejidas a mano que decoran las camas, en calcetines gordos de lana y en jerséis de dibujos geométricos que ya no se llevan y duermen su sueño demodé en los armarios. Estas presencias son además el origen de recetas de bizcocho y rosquillas, de licores caseros o trucos para la tortilla de patatas.

Pero donde más aparecen las presencias ausentes es en las presencias presentes. «Tiene los ojos de su padre», se le dice a alguien. «Y la memoria de la abuela», se añade. Así se va desenrollando el hilo de la memoria, en conversaciones frente a un café en la cocina. También las presencias ausentes son el origen de manías y costumbres: una forma de mover las manos, de reír, de rascarse la nuca.

En Apegos feroces, una especie de memorias de la escritora y periodista Vivian Gornick, que estoy leyendo estos días, veo con claridad la resistencia y complejidad de los vínculos familiares, su constante tira y afloja. La relación de Gornick con su madre es tensa, agotadora y contradictoria, pero no por ello menos fuerte y, sin duda, amorosa.

Se enfadan la una con la otra, se arrojan reproches y desprecios que hieren como flechas con curare, pero siguen paseando juntas por Manhattan. Supongo que eso lo dice todo. La madre de Gornick ya no vive, así que se habrá convertido para ella en una de esas presencias ausentes que siempre están ahí.

Todos tenemos las nuestras. Con las fechas navideñas parecen más presentes que nunca. Y más ausentes que nunca. Hay que lidiar con ello, como ha sido siempre, y llenarse la boca de turrón para quitarse el amargor de la pena.
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