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Las pestes de hoy y siempre

04/02/2020
 Actualizado a 04/02/2020
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Con frecuencia, cuando se habla de la Edad Media, se tiende a pensar que era una época oscura y sombría, repleta de guerras, muy lejos de la longevidad de nuestro tiempo, y donde las pestes hacían continuamente acto de presencia. Por supuesto, también tenía cosas muy buenas. Baste recordar el nacimiento de las universidades o la maravilla del arte románico y gótico. No menos importantes son la filosofía y teología escolásticas. Se dice que en esa época hasta el pueblo era teólogo. Y a Dios se la daba la importancia que merece.

Con el paso del tiempo, ya en la Edad Moderna y sobre todo a raíz de la Ilustración y, más tarde, de los avances de la ciencia el hombre fue haciéndose cada vez más autosuficiente, dejando Dios de ser el centro de todo para centrarse en el ser humano, llegando a pensar que la fe y la razón son incompatibles. Finalmente el ateísmo, o al menos el agnosticismo, se han adueñado de muchas mentes y corazones. Digamos que el gran pecado de nuestro tiempo es la soberbia.

Pero, mira tú por donde, esta sociedad tan avanzada es, como en el sueño de Nabucodonosor, una gran estatua con los pies de barro. Nos parece que lo tenemos todo y es innegable que la ciencia, que en realidad no es otra cosa que profundizar en el conocimiento de lo que ya existía antes que el ser humano, es decir, de lo que Dios ha creado, se enfrenta con infinidad de situaciones que ponen en evidencia la vulnerabilidad y fragilidad de nuestra existencia.

Por poner dos ejemplos de actualidad: las consecuencias del cambio climático y la aparición de pestes como el coronavirus procedente de China. Lo saben muy bien los que como consecuencia de las inundaciones han perdido sus pertenencias o a sus seres queridos. En un instante se puede tambalear o hundir una economía tan pujante como la del gigante asiático y del resto del mundo. Es verdad que se ha avanzado mucho en la lucha contra las enfermedades o en hacer frente a determinados impulsos de la naturaleza, pero el hombre del siglo XXI, a pesar de todas las conquistas de la ciencia, en el fondo no se diferencia tanto del hombre medieval en cuanto a que no está libre de infinidad de penalidades.

Si nos ponemos en el lugar de quienes han perdido la vida, se entiende mucho mejor que o se encuentran con Dios al final del camino o son unos pobres desgraciados cuya vida no tiene sentido. Los hombres de la Edad Media, conscientes de sus limitaciones, ponían su confianza en Dios. Los del siglo XXI deberíamos ser más humildes y saber que solo Él da sentido a nuestra existencia.
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