Las palabras lujosas

José Ignacio García comenta el libro de Valeria Correa Fiz 'Hubo un jardín'

José Ignacio García
30/04/2022
 Actualizado a 30/04/2022
La autora Valeria Correa Fiz y portada de la publicación. | ISABEL WAGEMAN
La autora Valeria Correa Fiz y portada de la publicación. | ISABEL WAGEMAN
‘Hubo un jardín’
Valeria Correa Fiz
Editorial Páginas de Espuma
Narrativa breve
152 páginas
15,00 euros


Es raro, pero a veces ocurre. De vez en cuando, muy de vez en cuando, surge un libro que te acaricia y seduce con el tacto mismo de su piel, por plastificada que esté; que te sugiere sensaciones tan desasosegantes como placenteras solo con su título; que te muestra una imagen de portada que te traslada al paraíso, que te hace aspirar el aroma que destilan las flores más delicadas y que te susurra al oído trinos de pájaros exóticos que cantan con acento argentino.

Seguro que vos, amigo lector, entendés lo que os digo; porque ‘Hubo un jardín’, de Valeria Correa Fiz es uno de esos libros que te contagian la cadencia de una voz tanguera antes incluso de haber abierto esa caja de sorpresas que va a convertir su lectura en un acontecimiento gozoso.

Siete relatos se citan en las páginas de este libro, siete relatos en los que la realidad, la vida, la muerte, los sueños y los recuerdos siempre están relacionados y, en ocasiones, incluso se aglutinan y se convierten en un ente único que refleja una constante sensación de culpa, de desengaño y de desasosiego en los personajes, más allá de que sean mujeres o varones, de su edad o de que, generalmente, empleen una primera persona íntima, evocadora y reflexiva para contarnos historias cruelmente hermosas, hermosamente trágicas.
En el penúltimo cuento –el único que se exilia de territorio albiceleste para acampar en Madrid– nos advierte Valeria Correa Fiz de que ningún actuante es lo que parece ser, porque carteros y practicantas a domicilio adoptan la personalidad de otros seres desconocidos y lejanos, ya que «hay mucho relato encerrado en los cuerpos»; y aprovecha para describirnos un amplio catálogo de culos, con ese decir armonioso y aristocrático que campa en estos relatos por cada surco sembrado de palabras que no pueden negar la esencia poética de la autora, que tal vez se retrate a sí misma en ese mismo cuento, más adelante, cuando dice de la protagonista que «es poeta y sensible, es probable que se preocupe por cosas irreales, cuestiones que solo ella imagina», y quizás, con ese lenguaje lírico y exquisito solo ella pueda ser capaz de confesar que le «gustan los grandes culos, muy blancos y mullidos, que dan cuenta en silencio de un carácter sedentario e imaginativo: culos de gente de interior que sorbe copitas de licor y lee novelas antiguas mientras come chocolate», y convertir esa parte de la anatomía humana en un sublime acontecimiento literario.

Se podría decir que la génesis de estos siete relatos emana de la realidad, de los sentimientos, los miedos y las emociones humanas, pero Valeria recubre sus historias con una pátina de misterio, de una zozobra narrativa que pone en tensión constante al lector, que le hace ver o figurarse fantasmas que quizás existan en un hotel filonazi convertido en museo o en la casa de unas tías que presumen de un invernadero diseñado por Gustave Eiffel ante una sobrina en plena pubertad que menstrúa por primera vez al sentir en su vientre trémulo las caricias de un hombre con «las manos ásperas de colmillos».

Pero hay también en esta cautivadora galería literaria amigos que atracan con nocturnidad, premeditación y alevosía, mataderos de carne con consecuencias y remordimientos que el tiempo no podrá aplacar, y quinceañeras que espían, entre resignadas y comprensivas, el balcón de la habitación de sus madres desde un bar situado al otro lado de la calle, o amigas que entablan una relación lésbica y tortuosa en una ciudad en la que las hembras caninas se suicidan –porque los perros también se suicidan– de seis a ocho de la tarde, o maridos obesos que cuando toman a sus mujeres extienden la anatomía fofa de sus cuerpos sobre ellas y las ocultan, hasta convertirse en «un eclipse de carne».

Pero dentro del gran nivel general de los cuentos seleccionados, me he sentido especialmente conmocionado por el que se titula ‘Las comisiones’, y que a partir de un arranque engatusador: «La noche me dura demasiado. No quiero cerrar los ojos; tengo miedo a soñar», nos desvela (o nos insinúa) la vida cotidiana de una agente inmobiliaria que necesita las comisiones de las ventas de casas para mantener a su familia, aunque para ello tenga que tratar con parientes a los que les urge materializar una herencia, con maridos divorciados que sustituyen a sus mujeres por otros hombres en las cocinas de las casas que han puesto en venta, con novios violentos que agreden a sus parejas en público, con exhibicionistas muy bien dotados y carentes de vergüenza o con presuntos compradores que dan pie a esta memorable descripción que adoquina uno de los más bellos pasajes del libro: «Una vez vamos con unos clientes a una casona en Almagro, baratísima, y entramos y estaba la taza de té a medio beber, con el labial de la dueña estampado en la cerámica inglesa sobre la mesa del living, junto a un solitario sin terminar y un vaso con la postiza de la mujer. Las cartas dispuestas para el juego y la dentadura flotando».

¿Se puede escribir mejor? A cada lector encomiendo que, tras paladear tan bellas frases, desvele por su cuenta el trágico desenlace del relato, verdaderamente antológico. Como antes he dicho, una y otra vez el dolor, la crueldad y el drama se funden con la belleza de la semántica y la dialéctica, otorgando como un aire de lenitiva levedad a historias que se desangran en cada párrafo, antes de alcanzar finales que, como escribe la propia autora, siempre son desesperados.

Sospecho que la prosa poética y elegante que desprende cada frase, cada expresión y cada diálogo, típicamente rosarinos, no hacen más que responder al propio retrato de su creadora: una mujer de lujo que, como diría la tía Hortensia, que se encontraba clandestinamente en el invernadero de Eiffel con su musculoso y ardiente jardinero, nos regala en ‘Hubo un jardín’, como si fueran flores exclusivas o piedras preciosas, las palabras más lujosas.

José Ignacio García es escritor, crítico literario y coordinador del proyecto cultural ‘Contamos la Navidad’.
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